En la anterior entrada, habíamos analizado el lado productivo de la economía. En esta, vamos a hablar del lado monetario-financiero, para ver qué ha sucedido en dicho ámbito desde finales de la II Guerra Mundial hasta la actualidad. Vamos a distinguir, en principio, dos etapas:
1.- Patrón cambios-oro (1922-1972).- Cuando, a lo largo del siglo XIX, se iba imponiendo la utilización del papel moneda, se procuraba que todo el dinero emitido tuviera su correspondiente respaldo metálico, de forma que la masa monetaria en circulación estaba en función de las reservas de metales preciosos de cada país. Fue así como fueron estableciéndose patrones bimetálicos (basados en las reservas de oro y plata) y, más tarde, con el fin de evitar las distorsiones que las variaciones de valor de la relación oro/plata generaban en la circulación monetaria, patrones monometálicos, fundamentalmente, el patrón oro. Los efectos de las dos contiendas bélicas de la primera mitad del siglo XX y de la Depresión del 29, provocaron que el patrón oro fuera inviable. Así, en un primer momento, por la Conferencia de Ginebra (1922), nació el patrón cambios-oro con la libra esterlina y el dólar USA como divisas centrales y, tras la II Guerra Mundial, a raíz de la conferencia de Bretton Woods (1944), se reinstauró con el dólar USA como única divisa central. El patrón monetario diseñado en esta última conferencia consistía en que los países adheridos al sistema establecían para sus monedas un tipo de cambio fijo respecto al dólar. El dólar sí contaría con un respaldo en oro (el valor fijado era de 35 dólares por onza de dicho metal), de forma que, indirectamente, las reservas de oro de Estados Unidos constituían el elemento que determinaba la cantidad de dinero que circulaba a nivel mundial y evitaba un crecimiento descontrolado del mismo.
2.- Patrón fiduciario (desde 1972 hasta hoy).- El patrón cambios-oro permitió dar liquidez a nivel internacional en el difícil contexto de posguerra y funcionó hasta finales de los 60 sin demasiados problemas. En dicho momento, sucedió algo que empezó a generar dificultades para que el sistema siguiera funcionando con normalidad: la balanza de bienes y servicios de Estados Unidos empezó a tener signo negativo, es decir, las importaciones empezaron a superar a las exportaciones. En el siguiente gráfico, correspondiente al período 1960-1972, se ve claramente la tendencia descendente del saldo positivo de la balanza de bienes y servicios de Estados Unidos en dichos años:
* Las políticas monetaria y fiscal expansivas practicadas por la Administración Kennedy-Johnson en el período 1960-1964 para salir de la recesión que afectó a Estados Unidos a finales de los años 50.
* El programa de Gran Sociedad (“The Great Society”) puesto en marcha por Lyndon B. Johnson en el período 1965-1968 y que supuso un importante incremento de los subsidios públicos.
* El aumento del gasto público que implicó la intervención norteamericana en Vietnam.
Dichas medidas generaron tal efecto en virtud de la progresiva caída del crecimiento de la productividad que comentamos en la anterior entrada. Conforme las medidas fiscales y monetarias impulsaban la demanda agregada, la producción no iba respondiendo al mismo ritmo, de forma que, para cubrir el desfase, el saldo positivo de la balanza de bienes y servicios se fue evaporando hasta que, en el año 1971, el mismo ya tuvo signo negativo.
En dicha situación (y en consonancia con que el dólar, en ese momento, era una moneda con respaldo metálico), las reservas de oro debían empezar a disminuir y, como la cantidad de dinero en circulación estaba vinculado a la cantidad de metal, la masa monetaria hubiese tenido que reducirse. Ello hubiese generado efectos contractivos sobre la economía, ajustándose a la baja la producción y el empleo.
Fue, en esas circunstancias, cuando el presidente Nixon (que debía afrontar en 1972 los comicios para su posible reelección) adoptó una medida concreta y una estrategia a más largo plazo que marcaron el camino para las próximas décadas.
Página del diario ABC de Madrid del 17 de agosto de 1971
Foto de la visita de Richard Nixon a China (21-28 de febrero de 1972)
1.- La medida concreta fue el fin de la convertibilidad del dólar en oro, decidida el 15 de agosto de 1971. Ya que la combinación del patrón monetario instaurado y la evolución del comercio exterior daba lugar a un proceso recesivo, se eliminó, directamente, el patrón monetario existente, de forma que la Reserva Federal ya no tenía la obligación de entregar el equivalente en oro si los poseedores de dólares así se lo exigían. A partir de ese momento, se podía emitir dólares sin que existiera ningún mecanismo de sujeción que limitara la cantidad emitida (es lo que vamos a denominar “patrón fiduciario”, que es lo mismo que decir que, en la práctica, no existía patrón monetario).
2.- La estrategia a más largo plazo está relacionada con la apertura a China. Dicho proceso fue iniciado por la Administración norteamericana posiblemente más por motivos políticos que económicos (en plena Guerra Fría, el objetivo pasaba por evitar bloques sólidos entre la URSS y posibles aliados), pero no es menos cierto que las implicaciones económicas a largo plazo de esta estrategia han resultado decisivos. Como recordarán, en la anterior entrada comentamos que uno de los medios que David Ricardo proponía para retrasar la llegada del “estado estacionario” era la apertura comercial al exterior. Según su modelo, si cada país se especializaba en la producción de aquellos bienes en los que resultan más competitivos y los países que así actúan establecen un sistema de comercio libre, el resultado final será la mejora del nivel de riqueza de todos ellos.
La apertura de Estados Unidos a China posibilitó que, a la muerte de Mao Tse-Tung, Deng Xiaoping emprendiera un proceso de reformas que introdujo mecanismos capitalistas en el sistema económico, con la consecución de espectaculares tasas de crecimiento y la conversión de China en una especie de “fábrica del mundo”. Las cifras de crecimiento en China desde 1980 han sido espectaculares, de forma que, desde entonces, han estado en torno al 10%, estando sólo 3 años por debajo del 7% y no estando, en ningún caso, por debajo del 3%.
Fuente: Banco Mundial
Pero vayamos despacio, porque las cosas no se produjeron tan rápidamente…
En una primera fase (1973-1992), los shocks petrolíferos de los 70 y la indisciplina monetaria derivada del fin de la convertibilidad del dólar provocaron que una coexistencia, hasta la fecha desconocida, de inflación y desempleo fuera el principal problema a resolver por las economías occidentales. En esta época, es cuando tuvo lugar el desplazamiento de las políticas keynesianas por las políticas neoliberales representadas por los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Sin embargo, fue a partir de 1993, con la llegada a la presidencia de Estados Unidos de Bill Clinton cuando tuvieron lugar las grandes decisiones que marcaron definitivamente el devenir de nuestras economías. Estando aún presente el problema de crecimiento de la productividad, y que era percibido, en última instancia, como la ausencia de sectores y actividades radicalmente innovadoras que pudieran generar aumentos sostenibles del nivel de vida de la ciudadanía, la estrategia de crecimiento económico tomó dos vertientes bien definidas y relacionadas con los pasos dados por Nixon a principios de los 70:
1.- Apertura comercial al exterior.- Clinton, que en la campaña electoral de 1992 criticó los términos del Acuerdo de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México (NAFTA), siendo ya presidente se convirtió en uno de sus principales defensores. Por otra vía, amplió el espectro de acuerdos de libre comercio con el área Asia-Pacífico. En este contexto, tuvo gran importancia la incorporación de China a los flujos de comercio internacionales. Un país con más de 1.000 millones de habitantes y con un elevado porcentaje de población en zonas rurales, era la pieza perfecta del engranaje que se pretendía construir. Su desarrollo industrial llevaría a la fabricación de productos a bajo precio que entrarían en los mercados occidentales, aligerando la estructura de costes en dichos países y favoreciendo que los mismos alcanzaran mayores cotas de bienestar. No existía el riesgo de que, en China, la escasez de mano de obra provocara alzas de salarios que acabaran perjudicando la competitividad de sus productos, ya que al ser factibles las migraciones desde las zonas menos desarrolladas a las industrializadas, esta posibilidad quedaba eliminada. Por tanto, el creciente peso de las importaciones de Asia, en general, y de China, en particular, no sólo proviene de la capacidad económica de estas áreas, sino que ha sido fomentada desde Occidente como medio para resolver el dilema que se producía entre unas expectativas de aumentos constantes de los niveles de vida y un agotamiento de las fuentes de crecimiento de la productividad. Considero, por tanto, que cuando, desde muchos ámbitos, se dice que no se entiende cómo los gobiernos no ponen límites a determinadas importaciones que no se producen en igualdad de condiciones con las existentes en nuestras economías (nula legislación sociolaboral o medioambiental, prácticas de dumping, devaluación artificial del yuan chino…), cabe decir que los gobiernos no hacen nada porque lo que ocurre es lo que los gobiernos están propiciando conscientemente.
No es mera coincidencia que, en la misma época, se culminara en la Unión Europea el proceso de unión monetaria con el nacimiento del euro. En la búsqueda de mejoras de la eficiencia, los países europeos decidieron profundizar en su integración, disolviendo las monedas nacionales y creando una moneda común. La lógica es la misma que la que preside la formación y ampliación de áreas de libre comercio.
2.- Ejecución de una política monetaria expansiva.- En la medida en que la apertura comercial al exterior iba a afectar a determinados sectores manufactureros donde el peso de los costes de mano de obra era fundamental (y cuya producción iba a ser reemplazada por importaciones), para facilitar la reestructuración global de la economía y su crecimiento, se procedió a ejecutar una política monetaria de bajos tipos de interés e impulso de la cantidad de dinero circulante. Dicha política no hubiera sido posible sin el patrón fiduciario existente, por lo que el fin de la convertibilidad del dólar fue la condición necesaria para que la expansión monetaria tuviera lugar. Como ya comentamos en la anterior entrada, los efectos estimulantes del crecimiento de la oferta monetaria encontraron un auxilio (en parte, inesperado) en los efectos de la burbuja tecnológica y la introducción masiva de la telefonía móvil, de forma que la década de los 90 fue de optimismo económico pleno.
De modo paralelo, en la Unión Europea, la nueva moneda común también se estrenó con unos bajos tipos de interés, tras una reducción por parte del recién nacido Banco Central Europeo de su tipo de referencia hasta el 2,5% el 8 de abril de 1999 (http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1999/04/09/041.html), reducción que, ya entonces, suscitó considerables críticas, como la del profesor Juan Velarde (http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1999/04/25/053.html), que no entendían su motivación.
Sin embargo, en medio de la prosperidad, estaban echando raíces las causas del desastre. Si observamos las gráficas de crecimiento del PIB y de tasas de inflación (medidas por el Índice de Precios al Consumo –IPC-) desde los años 70, de Estados Unidos, veremos, en principio, una historia de éxito:
Fuente: U.S. Department of Labor
En cuanto a las cifras de PIB en el período 1991-2006, la tasa de crecimiento, salvo en los años 2001 y 2002, estuvo, como mínimo, en el 2,5% y la inflación ha mostrado una clara tendencia a la baja. No obstante, es en este último punto donde hay que empezar a hacer las primeras matizaciones.
Como dijimos en la primera entrada de este blog, allá por el mes de diciembre de 2010 (http://eldedoeneldato.blogspot.com/2010/12/el-vuelo-de-icaro_22.html), la política monetaria expansiva desarrollada por los bancos centrales tuvo que haberse reflejado, finalmente, en fuertes aumentos del IPC. Gracias a las importaciones a bajo precio, los efectos de la inundación monetaria se saltaron el eslabón de los bienes de consumo y pasaron directamente a los de determinados activos, fundamentalmente inmuebles, de forma que aunque el IPC se mantuvo bajo control, existió una “inflación invisible”, que se desarrolló gracias a la burbuja inmobiliaria generada. La percepción social que se fue generalizando de que el poder adquisitivo de los salarios se mantenía prácticamente congelado, a pesar de que la comparación de su evolución con la del IPC era favorable, está muy relacionada con esta “inflación invisible” que fue minando la capacidad de compra salarial a través de la subida de los precios de la vivienda.
Y ello, estuvo asociado a dos fenómenos igualmente perniciosos: el crecimiento desmedido de la economía financiera y el aumento inconsistente del peso del gasto público. En la medida en que existe un input productivo barato (el dinero), crecen aquellas actividades que utilizan el dinero como “materia prima” básica: el sistema financiero y el sector público. Por un lado, es evidente que el auge de los mercados financieros está inevitablemente ligado al crecimiento (sin ningún tipo de sujeción formal) de la masa monetaria. Sólo así es posible que, en la lista publicada en abril de 2011 por Forbes de la lista de las 2.000 mayores empresas del mundo, sean los bancos JP Morgan y HSBC quienes encabecen la lista (http://www.libremercado.com/2011-04-21/jp-morgan-y-hsbc-las-dos-mayores-empresas-del-mundo-1276421162/). E, igualmente, el bajo coste de financiación facilitó la expansión del gasto público y del endeudamiento de las Administraciones Públicas sin que ello tuviera sentido aparente. Podía ser lógico en un contexto de recesión, con el fin de favorecer la recuperación económica, pero no en un contexto de crecimiento, en el que lo lógico y razonable (aun siguiendo los postulados keynesianos), es que la deuda pública se reduzca. Veamos la evolución del endeudamiento público, en términos absolutos, en Estados Unidos y en los principales países de la UE, donde se aprecia con claridad que, en ningún momento, se perfila una tendencia de reducción del volumen de deuda pública bruta:
Fuente: www.libertaddigital.com
Fuente: EUROSTAT
(Obviamente, este continuo aumento del endeudamiento estatal está en el origen de muchas de las turbulencias que hemos visto en los últimos tiempos en los mercados de deuda, porque, lógicamente, llega un punto en que los prestamistas ponen en duda la capacidad de devolución del prestatario y dejan de estar dispuestos a suscribir los sucesivos títulos que el mismo emite.)
Y la tendencia sigue. Les pediría que pincharan en el siguiente enlace, donde se refleja, en tiempo real, cómo evoluciona el endeudamiento de Estados Unidos:
Después de ver lo que han visto, les pregunto: si ustedes fueran responsables de un país cuyo endeudamiento crece al ritmo que han visto, ¿dormirían tranquilos? Yo, francamente, no. Pero ahí están los datos, a la vista de todos. De hecho, en Nueva York, en Times Square, está ubicado el National Debt Clock, donde se refleja la evolución de la deuda pública norteamericana. En 2008, tuvieron que cambiarlo porque su cifra alcanzó los 10 billones de dólares y ya no había dígitos suficientes en el reloj para reflejar dicha cantidad.
Como hemos reiterado a lo largo de las últimas dos entradas, el foco de la cuestión hay que ponerlo en el choque que se produce entre el agotamiento de los motores del crecimiento, las expectativas sociales de incrementos constantes del nivel de vida y las promesas electorales siempre centradas en el corto plazo. Para resolver la contradicción, se recurrió a la apertura comercial al exterior de las distintas economías y un patrón monetario fiduciario (sin respaldo metálico de ningún tipo) que posibilitó una excesiva expansión monetaria que trajo aparejados la burbuja inmobiliaria, el auge desmedido de la economía financiera y el fuerte aumento del endeudamiento público. Como hemos dicho con anterioridad, las innovaciones tecnológicas en los años 90 permitieron mantener la salud del modelo. Cuando el efecto de dichas innovaciones se agotó, todo se limitó a un crecimiento artificial que ha acabado explotando en la crisis que actualmente estamos sufriendo.
Para terminar, quiero reproducir unas palabras que un famoso economista (que, al final, desvelaré quién es), escribió en 1966, para un libro colectivo titulado Capitalism: The Unknown Ideal, editado por la escritora Ayn Rand:
En ausencia del patrón oro, no hay ninguna manera de proteger los ahorros de la confiscación que supone la inflación. No hay ningún depósito de valor seguro. Si lo hubiera, el gobierno tendría que hacer ilegal su posesión, como se hizo en el caso del oro – se refiere a las limitaciones introducidas por Franklin Delano Roosevelt en 1933 en relación a la acumulación privada de oro, en la Executive Order 6102 (http://es.wikipedia.org/wiki/Executive_Order_6102). Si todo el mundo decidiera, por ejemplo, convertir todos sus depósitos bancarios en plata, cobre o cualquier otro bien, y a partir de entonces rechazara aceptar cheques como pago por los bienes, los depósitos bancarios perderían su poder de compra y el crédito bancario creado por el gobierno se quedaría sin valor como derecho de cobro sobre los bienes.
La política financiera del estado del bienestar requiere que no haya ninguna forma de que los propietarios de riqueza puedan protegerse a sí mismos. Este es el mezquino secreto de los ataques de los estatistas contra el oro. El déficit público es sencillamente un ardid para la oculta confiscación de la riqueza.
El oro se interpone en este insidioso proceso como protector de los derechos de propiedad. Si uno entiende esto, no debería tener dificultad en comprender la causa del antagonismo frente al oro de los estatistas.
El economista en cuestión es Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal entre 1987 y 2006. Con su gestión al frente de este organismo, demostró que llevaba razón en lo que dijo en 1966: la eliminación de un sistema con respaldo metálico llevaría, vía aumento descontrolado del gasto y el endeudamiento públicos, al empobrecimiento generalizado. Desgraciadamente, parece ser que no encontró el medio para evitarlo.
En la próxima entrada, analizaremos todas estas cuestiones en relación al caso español.
buenisimo artículo. Muchas gracias por compartirlo!
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