Debido a los acontecimientos desarrollados en torno a la última Cumbre de Bruselas y a las dudas surgidas en torno al resultado final de la misma (http://www.elmundo.es/elmundo/2011/12/09/economia/1323400914.html), he creído adecuado cambiar la entrada que tenía prevista y centrarme en la situación actual de la Unión Europea.
La mencionada Cumbre no es más
que otro eslabón de una cadena de indecisiones y errores de bulto que nos han
llevado a las actuales circunstancias. Pero, antes de entrar en mayores
detalles, conviene dejar clara una cuestión fundamental: la crisis actual de la
Unión Europea es una crisis derivada de la situación de crisis general ya explicada
en anteriores entradas del blog, pero que, por las características con las que
fue creada la Unión Monetaria, ha empezado a desarrollar una patología
particular. Es decir, cabe afirmar que, ahora mismo, dentro de la crisis global
hay una crisis específica, distinta a la primera, y de enorme gravedad: la que
gira en torno al euro.
Los puntos que hay que tener en
cuenta para entender la actual coyuntura son los siguientes:
1.- La eurozona es un proyecto mal diseñado desde el principio.- Es
verdad que, cuando nació el euro, los países que lo adoptaron se vieron
obligados a cumplir una serie de condiciones (relativas a tasa de inflación,
porcentaje de déficit público y deuda pública sobre PIB y tipos de interés), pero
no es menos cierto que casi nada había estipulado para cuando la unión
monetaria estuviera constituida. Únicamente existían mecanismos de sanción en
caso de déficit excesivo y una serie de prácticas prohibidas en relación a la
financiación de los desfases entre gastos e ingresos públicos, pero se echaba
en falta, al menos, dos elementos fundamentales: por un lado, la armonización
fiscal entre los distintos países y, por otro, un sistema de supervisión
bancaria unificado y no descentralizado a nivel de los bancos centrales
nacionales. Si no se hizo así, fue porque la creación de la eurozona fue más un
proyecto político que económico. A partir de la caída del muro de Berlín, la
unificación de Alemania y la desintegración de la URSS, los políticos franceses
y alemanes promovieron esta idea con el fin de solucionar los problemas que se
derivaban de la nueva situación. El temor era que si se empezaban a fijar
demasiadas normas, era mayor el riesgo de que los países y, sobre todo, sus
opiniones públicas, fueran reticentes a aceptar la desaparición de las monedas
nacionales, por lo que se prefirió simplificar el sistema para dar una imagen más
atractiva a la ciudadanía. Pero, ¿cuál era el fundamento del proyecto político
emprendido?
2.- El eje franco-alemán dispone y los demás ni tan siquiera proponen.-
La Unión Europea, a fin de cuentas, está construida a partir de la relación
problemática entre Francia y Alemania. Si, en un primer momento, se trataba de
superar las heridas provocadas por las dos guerras mundiales, posteriormente se
trató de encauzar los sueños de determinados políticos de convertir a sus
respectivos países en potencias mundiales. Francia tiene un importante peso
político a nivel mundial, pero carece del dinamismo económico necesario para
hacer recaer sobre sus espaldas el funcionamiento de la Unión Europea. Alemania
dispone de la fuerza económica para asumir esa responsabilidad, pero, por
motivos históricos obvios (relacionados con su papel en las dos guerras
mundiales), carece de la fuerza política para ejercer una función de liderazgo
hegemónico. Un eje entre los dos países es la solución ideal: combinación de poder
económico y poder político y necesidad ineludible de colaboración (lo que
dificultaba la posibilidad de una ruptura del eje). Cuando cae el muro de
Berlín, este esquema se pone en peligro por dos motivos: el primero, por la
posibilidad de que Alemania trasladase su área de influencia hacia Europa
Oriental, ayudada por la integración de la antigua República Democrática de
Alemania; el segundo, por la creciente inclinación de los antiguos países
comunistas de Europa Oriental a convertirse en aliados de Estados Unidos, de
forma que los norteamericanos tenían la posibilidad de disponer de una
importante área de influencia en el continente, ayudada por la alianza
tradicional con el Reino Unido (de quien nunca se sabe si tiene un interés real
en estar en la Unión o está dentro para intentar enredar y torpedear el
proyecto ya que, en última instancia, la fortaleza del eje franco-alemán supone
un debilitamiento de su ya mermado poderío). La forma de eludir ambos peligros
fue triple: por un lado, se creó el euro y el Banco Central Europeo a imagen y
semejanza del marco alemán y el Bundesbank; por otro, se favoreció la
integración masiva de los países de Europa Oriental en la Unión Europea, para
restar fuerza a la posible influencia estadounidense; finalmente, se promueve
el proyecto de Constitución Europea, que iba a ser el elemento implícito de
cristalización definitiva del eje franco-alemán como centro de todo el proceso
de funcionamiento de la UE. Paradójicamente, y como muestra de que determinados
proyectos están más en la mente de los políticos que en la voluntad de las
opiniones públicas, el 29 de mayo de 2005 la ciudadanía francesa rechazó el
texto de Constitución Europea sometido a referéndum, a lo que siguió el rechazo
holandés dos días más tarde. Desde entonces, la Unión se debate entre la
indefinición (de las normas) y la arbitrariedad (de las soluciones).
3.- Como proyecto político que era, las decisiones voluntaristas
acabaron primando sobre las decisiones racionalmente fundamentadas.- En la
medida en que se trataba de consolidar una hegemonía política a nivel
internacional, la Unión Europea conoció un proceso de ampliación acelerado, en
el que el ritmo de entrada de países alcanzó una velocidad frenética. Veamos
cómo se ha ido incrementado el número de países integrantes:
1957: 6 (República Federal de Alemania, Francia, Italia, Bélgica,
Holanda y Luxemburgo).
1973: 9 (se incorporan Reino Unido, Irlanda y Dinamarca).
1981: 10 (se incorpora Grecia).
1986: 12 (se produce la entrada de España y Portugal).
1995: 15 (se integran Austria, Finlandia y Suecia).
2004: 25 (la Unión Europea se amplía a Polonia, República Checa,
Chipre, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Eslovaquia y Eslovenia).
2007: 27 (entrada de Bulgaria y Rumanía).
El 1 de enero de 2013 se
producirá la entrada de Croacia, según el Tratado de Adhesión firmado en la
pasada Cumbre de Bruselas.
Es decir, en 38 años (de 1957 a
1995) se produjo la integración de 15 países y en sólo 18 años (de 1995 a 2013)
se habrán integrado 13 países, además con un fuerte aumento de la
heterogeneidad existente dentro de la Unión.
Si nos atenemos exclusivamente a
los países que han adoptado el euro, la evolución ha sido la siguiente:
2002: 12 (Alemania,
Austria, Bélgica, Holanda, Finlandia, España, Francia, Grecia, Irlanda, Italia,
Luxemburgo y Portugal).
2007: 13 (incorporación de Eslovenia).
2008: 15 (incorporación de Chipre y Malta).
2009: 16 (Eslovaquia adopta el euro).
2011: 17 (entrada de Estonia).
Este ritmo de entradas no fue
paralelo al desarrollo de mecanismos de coordinación, control y supervisión ni
se agilizó adecuadamente el proceso de toma de decisiones (esta última cuestión
se vio agravada por la no aprobación de la Constitución Europea). Con ello, la
capacidad de gestión y de solución de problemas por parte de la Unión se vio
notablemente mermada como consecuencia del aumento de complejidad de la misma
y, aunque, en períodos de bonanza, ello podía no ser especialmente grave, sí lo
era en caso de que una situación de crisis obligara a adoptar decisiones
rápidas (es decir, lo que sucedió a
posteriori).
Igualmente, resulta discutible la
incorporación de determinados países a la Unión, con unos estándares de nivel
de vida y funcionamiento político muy apartados de la media europea, sin un
proceso de transición previo, y, en el caso de la unión monetaria, resulta ya
incomprensible la admisión de Grecia cuando existían serias dudas sobre la
realidad de sus cuentas públicas presentadas. No sólo eso, sino que variables
fundamentales de determinados países que necesitaban ser reconducidas hacia
niveles menores (me refiero al porcentaje de deuda pública sobre PIB), se
mantenían en niveles estratosféricos. En el siguiente gráfico, se aprecia cómo
dicha ratio superó durante el período 2002-2006 el 80% (cifra máxima admitida
en el Tratado de Maastricht) en Bélgica, Italia y Grecia, superando incluso el
100% en el caso de los dos últimos países. Aunque es cierto que la cifra belga
tuvo una tendencia a la baja durante esos años, resulta difícil de comprender
que, en un período de expansión económica, los niveles de endeudamiento
públicos en dichos países se mantuvieran a unos niveles tan elevados:
4.- Los incumplimientos de Francia y Alemania en la pasada década
alimentaron la falta de disciplina generalizada.- Otro factor que provocó
la relajación en el cumplimiento de las normas fue el hecho de que Francia y
Alemania incumplieran los límites presuntamente obligatorios de déficit público
y se liberaran del procedimiento sancionador correspondiente (http://www.cincodias.com/articulo/economia/ce-mantiene-freno-sanciones-francia-alemania-deficit/20041214cdscdieco_8/).
Así, si vemos los déficit públicos de ambos países en el período 2001-2005,
apreciamos que, en todo el período, Alemania incumplió sistemáticamente el
déficit máximo del 3% sobre el PIB y Francia lo incumplió en tres de los cinco
ejercicios considerados:
Fuente: EUROSTAT
Reconociendo que, a partir de
2003, la tendencia fue corregida, el que Francia y Alemania incumplieran las
normas que ellas mismas fijaron constituyó un precedente muy negativo que
provocó la laxitud generalizada en el cumplimiento de unos objetivos económicos
razonables por parte del resto de países.
5.- En definitiva, la eurozona carecía de mecanismos de actuación
coherentes cuando se produjo la irrupción de la crisis.- La consecuencia de
todos los hechos descritos fue que la Unión Europea estaba escasamente
preparada para afrontar una crisis como la que está teniendo lugar desde 2007:
los niveles de endeudamiento público dejaban poco margen a políticas expansivas
eficaces y se carecía de la capacidad de dar respuestas coordinadas al problema,
hecho que resultaba especialmente dramático en relación al sistema financiero,
ya que, en el sector donde se hallaba el corazón de la crisis, no existía una
política común, de forma que el hecho de que cada país adoptara su propia
estrategia en relación al mismo sólo sirvió para agravar la situación. Porque,
además, había dos cuestiones de gran importancia que la Unión Monetaria
propiciaba, que se convirtieron en correas de transmisión de los problemas y
que no habían sido tenidos en cuenta:
1º.- La existencia de la moneda
única facilitó el endeudamiento de países que contaban con unas cifras poco
saludables. Paradójicamente, la creación de la eurozona no sirvió para impedir
los dispendios en determinados países. Al contrario, sirvió para ayudar a
financiarlos, ya que quien suscribía la deuda emitida consideraba que, al
adquirir títulos de un país de la zona euro, no había posibilidad de que el
mismo llegara a la bancarrota. Si se hubieran conservado las monedas
nacionales, hubiera habido más recelo en suscribir los mismos y no hubiera
crecido tanto el endeudamiento público (esto, en cierto modo, guarda un cierto
paralelismo con lo que sucede con el dólar y Estados Unidos: la confianza en la
divisa norteamericana provoca que no haya dudas en torno a la deuda pública
estadounidense, de forma que la misma ha seguido creciendo sin que parezca
haber inquietud sobre su solvencia).
2º.- Igualmente, la moneda única
favoreció la interrelación entre los sistemas financieros nacionales, de forma
que los impagos producidos en un país no limitaban sus efectos a dicho país,
sino que acababan perjudicando a sistemas financieros de otros países de la
Unión. Un problema que explica muchas de las cosas que están sucediendo es que
los bancos franceses y alemanes han suscrito un gran volumen de deuda de
Grecia, Portugal, Italia, España… Aunque se tiene la sospecha de que es ya
imposible que Grecia haga frente a su deuda pública, lo cual originaría una
quita de la misma, con las consiguientes pérdidas para las entidades bancarias
francesas y alemanas, no se afronta la realidad para evitar tal contingencia.
Frente a esta situación, en la
Unión Europea se han ido adoptando parches para evitar tocar un modelo que,
insistimos, está mal diseñado, porque responde a motivos políticos y no de
lógica económica. Además, aunque se quiere equiparar el funcionamiento de la
Unión Europea al de una nación cualquiera, ello está alejado de la realidad: las
opiniones públicas siguen teniendo como referencia marcos nacionales y no se
valora lo que podemos denominar “interés general europeo”. Sin embargo, aunque
la eurozona se tuvo que haber llevado a cabo de otra forma, los costes y el
aumento de la incertidumbre que supondrían su ruptura serían de tal calado que
desaconseja que lleguemos a dicho escenario. Por lo tanto, el camino es realizar
las reformas necesarias para hacer viable el funcionamiento de la Unión
Monetaria. Afortunadamente, en la última Cumbre se ha avanzado en crear un
pacto fiscal (aunque habrá que ver si después efectivamente se cumple), pero
siguen sin aprobarse un conjunto de medidas que son necesarias para resolver
los principales problemas: reestructurar la deuda pública de aquellos países
que no van a poder pagarla (léase, al menos Grecia), haciendo las quitas
correspondientes; aprobar, definitivamente, un sistema de emisión que disipe
dudas sobre la solvencia de la deuda pública de los países más afectados por la
crisis (contando con que el pacto fiscal tenga plena eficacia); sanear
completamente el sistema financiero (del mismo modo que hay que hacer en
España, según hemos comentado en entradas anteriores), destituyendo a los
directivos de las entidades con mayores problemas, estableciendo un sistema
único de supervisión a nivel europeo y aprobando una nueva regulación que
impida que se vuelvan a repetir las causas que nos han llevado a la crisis
actual; simplificar los procesos de toma de decisiones dentro de la Unión
Europea…
Respecto al Reino Unido, su
postura de no firmar el nuevo Tratado se debe, básicamente, a tres motivos
(aparte de su tradicional recelo a ceder parcelas de su soberanía nacional):
1.- Temor a que la mayor
coordinación fiscal en el seno de la UE suponga subidas de impuestos, cuando
los británicos son partidarios de bajar la presión fiscal (sobre todo, para las
empresas).
2.- Quieren preservar el poder
financiero de la City y el avance en una mayor coordinación entre los distintos
países de la Unión lo ven como un peligro para la autonomía de su poderoso
sistema bancario.
3.- El gobierno británico ya ha
realizado un importante ajuste del gasto público (lo cual ha originado una
fuerte contestación de algunos segmentos sociales), por lo que no temen que su
no adhesión al pacto fiscal sea mal visto por los mercados, ya que, en relación
al objetivo del mismo, ya han adoptado medidas para alcanzarlo, con independencia
de la existencia o no de dicho pacto.
En resumen, con lo que nos
encontramos es con una economía europea que no logra remontar el vuelo, que se ha
intentado reactivar mediante un déficit público masivo, que este intento no
sólo ha fracasado sino que ha provocado un problema adicional (la solvencia de
la deuda pública de aquellos países donde la ratio deuda pública/PIB es mayor)
y que la solución de este problema está obstaculizada por las propias características
de la Unión Monetaria, existiendo, además, divisiones internas entre los países
miembros sobre los pasos a dar. Lo más triste de todo es que una crisis compleja,
aunque manejable en sus inicios, está adquiriendo una envergadura que empieza a
hacerla inmanejable. En este punto, culpar a Alemania de que está siendo poco
flexible y que debería permitir, por ejemplo, la compra masiva de deuda pública
por parte del Banco Central Europeo o favorecer la emisión de eurobonos (de
forma que las nuevas emisiones dejasen de tener carácter nacional y fueran
emisiones de la Unión Europea en su conjunto) es simplificar la cuestión: medidas
de este tipo (que podrían ser asumibles sólo con carácter provisional) sólo
llevaría, según el comportamiento actual de muchos dirigente políticos, a
postergar las decisiones necesarias y no ayudaría para nada a la economía
europea. Poner freno al creciente endeudamiento público, acabar con las
rigideces estructurales que afectan a nuestras economías y ceder el
protagonismo al dinamismo del sector privado, retomando el espíritu de la
olvidada Estrategia de Lisboa (http://es.wikipedia.org/wiki/Estrategia_de_Lisboa),
es la única salida posible. Todo lo que escuchen que no se ajuste a este patrón
no serán más que fuegos de artificio que no tienen como fin la reactivación de
nuestras economías sino otros objetivos que, en este momento, no pueden ser los prioritarios.
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