Hoy, vamos a terminar (de
momento) con la serie de entradas que ha estado centrada en la
operación de rescate de la banca española. Para finalizarla, vamos
a entrar en una polémica que ha suscitado muchos comentarios en los
últimos tiempos y que no ha sido respondida adecuadamente por
quienes tienen que hacerlo (básicamente, los responsables de la
política económica y de los bancos centrales): ¿es forzoso y
necesario rescatar a entidades financieras con problemas?¿O es
preferible dejarlas caer sin comprometer recursos públicos en su
salvación?
Como hay diversas
posturas respecto a la cuestión, vamos a empezar explicando cómo
hemos llegado al actual sistema de supervisión y protección de la
actividad bancaria que existe en la mayoría de los países
avanzados. Y dicho sistema tiene su origen, esencialmente, en la
Depresión de 1929.
Para entender el shock
que representó la Gran Depresión, hay que comparar las tasas de
variación del PIB en esa época con el actual ciclo recesivo. Así,
en el período 1930-1938, en 1930 el PIB en términos reales en
Estados Unidos cayó el 8,6%, en 1931 el 6,5%, en 1932 el 13,1% y en
1933 el 1,3%. A pesar de la vigorosa recuperación en los años que
van de 1934 a 1937, en 1938 volvió a caer un 3,4%:
(Pulse sobre la imagen si quiere verla ampliada)
Fuente:
U.S. Bureau of Economic Analysis
En la crisis actual, el
PIB de Estados Unidos experimentó una caída del 0,3% en 2008 y en
2009 del 3,5% y no ha vuelto a experimentar tasas negativas de
variación ni en 2010 ni en 2011:
(Pulse sobre la imagen si quiere verla ampliada)
Fuente:
U.S. Bureau of Economic Analysis
Se ha discutido mucho
sobre las causas que llevaron al colapso productivo en los años 30,
pero hay dos que centran la atribución de culpas por todos los
expertos: una, la ausencia de los mecanismos de protección social
que hoy conocemos como Estado del Bienestar; la otra, sobre la que
hay mayor consenso, la quiebra masiva de entidades bancarias. John
Kenneth Galbraith, que, como es conocido, mantuvo frecuentes
polémicas con Milton Friedman no dudó en citar a este último
cuando, en su obra El dinero, explicó lo sucedido en el crash
del 29. Como creo que no podría explicar mejor que Galbraith lo
acontecido, voy a transcribirles un amplio pasaje que es lo
suficientemente ilustrativo:
“En los cuatro años
siguientes a 1930 más de nueve mil bancos y banqueros mordieron el
polvo.
La quiebra de un banco
no es una desgracia como otras en el campo de los negocios. Como
observó el profesor Friedman, produce, no uno, sino dos efectos
adversos en la actividad económica. Los propietarios pierden su
capital y los depositantes sus depósitos por lo que ambos pierden su
capacidad para comprar cosas. Pero la quiebra del banco (o
el miedo de que quiebre) –el subrayado es mío-
significa también una mengua en la oferta de dinero. No hay
ningún misterio en esto. Un banco próspero hace préstamos y, en
consecuencia, crea depósitos que, a su vez, son dinero. Un banco que
teme quebrar restringe sus préstamos y con ello sus depósitos. Y el
que ha quebrado liquida sus créditos, y sus depósitos congelados
dejan de ser dinero. La liquidación repercute también en
las reservas, préstamos, depósitos y, por ende, en la oferta de
dinero de otros bancos –el subrayado vuelve a ser
mío-.
Como se ha observado,
al producirse un pánico en el siglo pasado –se
refiere al siglo XIX-, se hundían sobre todo los
bancos pequeños de los Estados. (…) Recordando más tarde una
reunión de banqueros en 1931, para discutir la creciente ola de
quiebra de bancos, George L. Harrison a la sazón gobernador del
Banco de Reserva Federal de Nueva York, observó que «muchos de (…)
Wall Street teníamos la impresión de que los efectos de la quiebra
de […] pequeños bancos de la comunidad podían ser aislados».
Pero la cosa se puso seria, siguió diciendo, cuando se
evidenció que los grandes bancos de Nueva York podían verse también
afectados por el creciente pánico.” (Ídem respecto
a este último subrayado).
Hay unas cuantas ideas
que hay que extraer de este pasaje:
1.- La primera es que
los bancos, como cualquier empresa, están sometidos al riesgo de
quiebra o de insolvencia. Un banco no tiene nada especial que
haga imposible una situación de colapso. Una mala gestión que
provoque la pérdida de un porcentaje importante de inversiones
realizadas o un nivel de costes sistemáticamente por encima del de
ingresos puede llevar a que su actividad sea inviable.
2.- La segunda es que
la situación de quiebra de una entidad bancaria tiene efectos mucho
más profundos y perniciosos que el de una empresa de cualquier otro
tipo. La quiebra de un banco produce la destrucción de la
cantidad de dinero representada por sus depósitos y, lo que es más
grave, acaba repercutiendo adicionalmente en la cantidad de dinero en
circulación en la medida en que afecta a la situación de equilibrio
de otros bancos.
3.- Aunque en situaciones
de crisis poco severas, son los bancos pequeños los que pueden ser
más afectados por posibles situaciones de quebrantos patrimoniales
serios, cuando las crisis son más agudas, el efecto transmisión
de las quiebras bancarias puede alcanzar a las entidades de mayor
volumen sin que la mayor dimensión sea un mecanismo protector
relevante.
Todo ello llevó a la
adopción de una serie de medidas en Estados Unidos, durante la
Administración Roosevelt, que sirvió de inspiración para el resto
de países occidentales. La fundamental, la creación de la Federal
Deposit Insurance Corporation (FDIC), agencia encargada de asegurar
los depósitos de los clientes de entidades bancarias, en caso de
quiebra de las mismas (al menos, hasta una cantidad máxima). Por
otro lado, en la Glass-Steagall Act (aparte de la creación de la
FDIC), se procedió a la separación entre banca comercial (centrada,
básicamente, en el pequeño cliente y en productos financieros de
corte tradicional, tanto desde el punto de vista de depósitos como
de créditos) y banca de inversión (orientada a operaciones
mayoristas, de gran volumen, en los mercados de valores y en
productos financieros de mayor complejidad).
Con ello, nació, como
contrapartida a la seguridad ofrecida a los depositantes, y con el
fin de impedir las situaciones derivadas del “riesgo moral”, un
sistema de supervisión para comprobar que la gestión de cada
entidad bancaria se desenvolviese dentro de unos cánones ortodoxos.
¿Qué es el “riesgo moral”? Muy sencillo: si los clientes de un
banco no van a perder su dinero, existen incentivos para que coloquen
sus ahorros en entidades con mayor riesgo a cambio de un mayor tipo
de interés porque, de cualquier modo, no hay posibilidad de que
sufran ningún tipo de quebranto. Igualmente, quienes dirigen las
entidades financieras estarán más predispuestos a ejecutar
políticas de mayor riesgo porque, en última instancia, no corren
peligro los recursos de sus clientes…
Así, el seguro para los
depósitos y la supervisión bancaria se convirtieron en instrumentos
fundamentales de los gobiernos para evitar crisis bancarias
explosivas que desestabilizaran las economías. Junto a ello, las
intervenciones puntuales de las autoridades para, en situaciones de
dificultades de una entidad, buscar soluciones dentro del propio
sistema financiero (mediante, p. ej., la compra de la entidad en
dificultades por una entidad sana) y, de este modo, evitar el consumo
de recursos por parte del fondo de garantía, cerraban el círculo
del conjunto de medidas a favor de la estabilidad financiera.
En España, en la época
contemporánea, también se han producido varias crisis bancarias de
gran calado. La primera, estalló en el año 1866 y provocó la
desaparición de la mitad de las entidades creadas bajo el amparo de
la Ley de Bancos de Emisión y la Ley de Sociedades de Crédito,
ambas del año 1856. La segunda, relacionada con los efectos de la
crisis de 1973, y que afloró a partir de la intervención del Banco
de Navarra de 1978 y que llegó a su punto culminante con los graves
problemas de los bancos del grupo Rumasa en 1983, desembocó en el
actual sistema de regulación bancaria, con la creación de los
Fondos de Garantía de Depósitos (FGD), con funciones similares al
FDIC norteamericano, y de todo el sistema de supervisión
centralizado en el Banco de España. La tercera, es la que estamos
padeciendo en la actualidad.
Por todo lo explicado,
una quiebra de un banco, por el tipo de negocio que es, produce
efectos negativos que van mucho más allá del daño causado a sus
accionistas y depositantes. Contrae la oferta monetaria, agudizando
las consecuencias de una recesión; aumenta la desconfianza en el
sistema bancario global, por lo que aumentarán las preferencias de
dinero en efectivo frente al dinero depositado en entidades
financieras, contrayendo igualmente la oferta monetaria por las
menores disponibilidades crediticias; la mera desconfianza alimenta
las posibilidades de que se produzca una situación de pánico que
lleve a una fuga masiva de depósitos y a una quiebra en cascada de
entidades... Y, además, hay que señalar un hecho que, por obvio, pasa frecuentemente inadvertido: en la medida en que existe una garantía pública para los depósitos efectuados por los clientes, ya existen unas obligaciones financieras latentes para el Estado que han de ser gestionadas de forma que sean lo menos gravosas posibles. Si una quiebra provoca que los recursos destinados a cubrir dicha garantía sean irrecuperables, el diseño de operaciones de capitalización y de presencia temporal del Estado en el capital de los bancos problemáticos, con posibilidad de recuperación a posteriori de los recursos aportados, parece una estrategia más inteligente.
Por todo ello, el evitar
una quiebra bancaria es, salvo en el caso de entidades muy pequeñas,
que manejen un bajo nivel de recursos, estrictamente necesario. No se
puede negar que, a partir de 2007, se ha podido comprobar que los
mecanismos de supervisión existentes son manifiestamente mejorables
y que, en más de un caso, se ha podido actuar con mayor eficacia y
diligencia. Pero, a pesar de que el manejo de la situación por parte
de los responsables de la política económica ha estado muy lejos de
ser satisfactoria, también hay que reconocer que, siendo esta una
crisis similar a la del 29, sus efectos no han sido tan graves como
los de aquella. Y, en este hecho, el impedir quiebras bancarias
masivas ha tenido un papel decisivo.
Todo ello no es óbice
para que, cuando una operación de salvamento tiene lugar, se
produzcan una serie de consecuencias claras y contundentes:
1.- Depuración de
responsabilidades para destituir a los directivos de la entidad con
problemas y para ejercer la acción punitiva en el orden que corresponda (mercantil,
administrativo, penal...) por los errores de gestión cometidos. Cunde la
percepción entre la opinión pública de que los responsables de la
mayoría de los desastres financieros acaecidos durante la presente
crisis no sólo no han sido objeto de ningún tipo de sanción, sino
que, incluso, tras su cese, han obtenido pingües beneficios que no
se sostienen en una gestión correctamente realizada. Y que haya
sanciones tajantemente ejemplarizantes, es un mecanismo esencial para
impedir las situaciones de “riesgo moral” antes aludidas.
2.- Evaluación del
sistema de supervisión y de la normativa bancaria para comprobar si
han funcionado correctamente o hay aspectos de los mismos que deben
ser revisados y modificados en función de nuevas circunstancias. Uno
de los aspectos más sorprendentes de la crisis que afecta a nuestro
país es que no se ha aprobado ninguna reforma que impida que se
pueda repetir una situación similar... Cuando se produzca la
recuperación económica, no se ha aprobado ningún obstáculo (y
cuando digo ninguno, digo ninguno) para dificultar una nueva burbuja
inmobiliaria financiada por nuestros bancos... Con el agravante de
que, al ser las entidades supervivientes de mayor dimensión, será
bajo esa hipótesis mucho más difícil afrontar un rescate de algún
banco en apuros... Revisar los métodos de tasación de inmuebles,
limitar las posibilidades de titulización de la banca comercial,
controlar el peso de las operaciones hipotecarias en los balances de
las entidades y mejorar los procedimientos de supervisión del
Servicio de Inspección del Banco de España son pasos fundamentales
que habrá que dar más pronto que tarde para que nuestro sistema
financiero sea más seguro y pueda proporcionar una mayor confianza
en el futuro inmediato.
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