Después de haber resumido en una anterior entrada (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2012/08/analisis-de-acabad-ya-con-esta-crisis.html) el contenido del último libro de Paul Krugman, en este post
vamos a valorar las propuestas que realiza de cara a posibilitar la
recuperación económica y la salida de la actual crisis que estamos padeciendo.
Tengo que manifestar que la
mayoría de las medidas que propugna el premio Nobel de Economía me suscitan,
sobre todo, dudas y, analizando el comportamiento de los distintos países en
los últimos años en relación a las políticas que se han aplicado, no pienso que
tuvieran éxito en la hipótesis de que se llevaran a cabo.
Para desarrollar nuestro
razonamiento, lo vamos a dividir en varios apartados:
1.- EXCESO DE CONFIANZA EN LOS ESTÍMULOS TRAS LA EXPERIENCIA DE LOS ÚLTIMOS
AÑOS.- Resulta evidente que, desde el inicio de la crisis en verano de
2007, los estímulos tanto monetarios como fiscales han alcanzado un nivel nunca
conocido con anterioridad. ¿Cabe pensar que, aplicando estímulos aún mayores,
se va a producir el milagro de la reactivación definitiva? Krugman piensa que
sí, pero veamos algunas magnitudes para dudar de tal afirmación.
Empecemos por los tipos de
interés fijados por los bancos centrales. En el caso de la Reserva Federal,
vamos a utilizar como referencia el tipo de los Federal Funds desde el 1-8-2007
hasta la actualidad:
(Pulse sobre la imagen si quiere verla ampliada)
Fuente: Reserva Federal USA
Para el caso del Banco Central Europeo, vamos a ver el tipo básico de intervención:
Fuente: es.euribor-rates.eu
Para el caso norteamericano, de
un tipo de interés inicial superior al 5% se ha pasado, en la actualidad, a
unos niveles en torno al 0,14%. Para el caso europeo, si el tipo de
intervención al principio de la crisis estaba en el 4%, actualmente es del
0,75%. Si a pesar de dicha reducción, los efectos han sido limitados, ¿acaso
vamos a conseguir resultados más significativos con nuevas vías para conseguir
el aumento del dinero en circulación, utilizando, para ello, vías poco
ortodoxas?
Si pasamos a los estímulos
fiscales, llegaremos a conclusiones parecidas. Empecemos con los datos de
déficit público en Estados Unidos:
(*) Datos provisionales
(*) Datos provisionales
Fuente: U.S. Bureau of Economic Analysis
Si atendemos a Europa, en el siguiente gráfico pueden apreciar cómo ha evolucionado el déficit público en el período 2006-2011 como media en toda la UE y, además, individualmente, en los principales países (Alemania, España, Francia, Italia y Reino Unido):
Fuente: EUROSTAT
Es decir, en el caso de Estados Unidos, si el último año anterior a la crisis (2006), el déficit público estaba en el 1,7% del PIB, en el 2011 alcanzó el 9,7%. Para el caso de la UE, la media de todos los países ha pasado de un 1,5% en 2006 al 4,5% en 2011. Si vemos los datos de los principales países, España, p. ej., ha pasado de un superávit del 2,4% a un déficit del 8,5%, el Reino Unido de un déficit del 2,7% a otro del 8,2%, Francia de uno del 2,4% a otro del 5,2% e Italia de uno del 3,4% a otro del 3,8% (con un pico en 2009 del 5,4%). En todos los casos, este aumento no ha producido, en paralelo, una mejora sostenida de la economía, por lo que pensar en aplicar mayores estímulos fiscales y presupuestarios para lograr un crecimiento sólido no resulta convincente en función de la experiencia previa. Paradójicamente, el país en mejor situación (Alemania), ha reducido su déficit en el período 2006-2011 desde el 1,7% del PIB al 1%. En función de los postulados de Krugman, la economía germana debería estar poco menos que en estado de coma.
Pero, aunque pudiera llevar
razón, y el gran problema residiera en que los planes de estímulo se han
quedado cortos, la mayor dificultad es que las políticas de expansión del
déficit requieren emitir deuda y que la misma sea suscrita por los inversores. El pasado 20 de mayo, un famoso economista
recomendaba, en relación a Italia y España, que “ninguno de los dos países
entre en una dinámica keynesiana de grandes inversiones públicas, porque no
podrían ser financiadas”. ¿Quién era este famoso economista? Pues,
precisamente, Paul Krugman: http://www.elmundo.es/elmundo/2012/05/20/economia/1337526129.html.
Es decir, al final, la necesidad de que las emisiones de deuda pueda seguir
siendo cubiertas constituye el gran límite para llevar a cabo grandes planes de
expansión del gasto público y, en este aspecto, ni Estados Unidos podría estar
a salvo del recelo de los potenciales suscriptores.
2.- INDIFERENCIA FRENTE A LOS PROBLEMAS ESTRUCTURALES DE LAS ECONOMÍAS.- En un momento dado, Krugman, sobre la economía de Estados Unidos, afirma que la situación de la misma no tiene nada que ver con disfunciones en su estructura. En sus palabras, “… parece que hay una tendencia incontenible –que no se limita a un solo bando de la divisoria política- a considerar que nuestros problemas son «estructurales» y no se resolverán fácilmente con un aumento de la demanda. Si seguimos con la analogía de los «problemas del magneto», lo que defienden muchas personas influyentes es que sustituir la batería no va a funcionar, porque seguro que también hay grandes problemas con el motor y la transmisión”. En relación al problema del paro, afirma que “… si tuviéramos una tasa de desempleo colosal porque demasiados trabajadores carecieran de la formación adecuada, tendríamos que poder encontrar a un número significativo de trabajadores que sí estuvieran gozando de prosperidad; y no podemos. Lo que nos encontramos, en su lugar, es un empobrecimiento general: lo que sucede cuando la economía sufre de una demanda inadecuada”. (El subrayado es mío). Sin embargo, frente a esas palabras, hay que criticar que Krugman hace una selección (no argumentada) de determinados hechos para apuntalar su teoría, sin poner sobre la mesa todas las realidades implicadas. En 1994, un famoso economista escribía: “En este momento podemos distinguir en Estados Unidos tres etapas en el crecimiento de la productividad. Desde finales del siglo XIX hasta la segunda guerra mundial, la productividad creció, en promedio, alrededor de un 1,8 por ciento al año, lo suficiente para duplicar aproximadamente los niveles de vida cada cuarenta años. Desde la segunda guerra mundial, hasta 1973, el crecimiento medio fue mayor, un 2,8 por ciento anual, lo suficiente para duplicar los niveles de vida cada veinticinco años. Desde 1973, la productividad ha crecido, en promedio, menos de un 1 por ciento al año, ritmo que tardaría ochenta años en lograr el aumento del nivel de vida que se registró en menos de una generación después de la segunda guerra mundial. Esta desaceleración del crecimiento de la productividad es uno de los (…) hechos fundamentales en la economía americana en los últimos veinte años”. El famoso economista que escribió esto fue, por supuesto, Paul Krugman en su obra Vendiendo prosperidad y no sólo ignora este hecho en su última obra sino que obvia la medida que fue utilizada en su momento para remediar la situación: la desvinculación del dólar con el oro en el año 1971. Como explicamos en otra entrada (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2011/10/rio-arriba-o-cual-es-el-origen-de.html), para eliminar obstáculos al crecimiento meramente nominal del PIB, se puso fin al patrón cambios-oro vigente desde la finalización de la II Guerra Mundial. Según la visión de Krugman, la política monetaria expansiva que ello permitió debería haber sido el bálsamo definitivo para toda posible recesión. No ha sido así: la inestabilidad financiera en los últimos años no ha hecho sino aumentar y, con ella, las oscilaciones económicas. Insistir en seguir manipulando las variables monetarias y financieras para lograr un crecimiento sostenido no sólo sería inútil sino que sería, también, altamente peligroso. El resultado de esta estrategia ya nos ha llevado a una crisis bancaria y de deuda de grandes proporciones. ¿A qué nos llevaría dar una nueva vuelta de tuerca al mismo planteamiento?
3.- INDIFERENCIA FRENTE A LOS EFECTOS DE LAS
POLÍTICAS ECONÓMICAS DESDE UN PUNTO DE VISTA INTERNACIONAL.- Hay un aspecto
que, llamativamente, no merecen la atención de Krugman y que se refiere a las
implicaciones internacionales de la política económica que propone. Por
ejemplo, un aumento del déficit público en Estados Unidos con un programa de
gasto público superior al ejecutado por la Administración Obama al principio de
su mandato (http://www.libertaddigital.com/economia/el-congreso-de-eeuu-aprueba-plan-de-estimulo-de-la-economia-sin-respaldo-republicano-1276349430/),
implicaría que la economía norteamericana absorbería, mediante emisión de deuda
pública, una gran parte del ahorro disponible a nivel internacional,
provocando, con ello, una subida de tipos de interés, como mínimo en las
economías europeas. Esta subida de tipos afectaría a la recuperación y al
crecimiento de dicha área, elevaría la morosidad bancaria, perjudicando, con
ello, a la estabilidad financiera de la zona euro y ello acabaría influyendo
negativamente en la reactivación de la economía estadounidense. Si se opta por
la compra de los títulos de la deuda pública por parte de la Reserva Federal
(opción que Krugman ve con buenos ojos), ello tendría como consecuencia la
depreciación del dólar frente al euro, con efectos igualmente contractivos
sobre la economía europea. Para contrarrestar esta circunstancia, el BCE
tendría que llevar a cabo una ampliación paralela de la emisión monetaria para forzar la pérdida de
valor de la moneda europea. Al final, una expansión monetaria tanto de Estados
Unidos como de la eurozona aún mayor que la llevada a cabo hasta el momento
podría suponer un aumento arriesgadísimo de los desequilibrios económicos y
ello sin garantía de que se produzca una recuperación económica sólida y
estable. Otro elemento que también resulta llamativo es cuando Krugman afirma
que “hace mucho tiempo que deberíamos haber adoptado una actitud más dura con
China y otros manipuladores de divisas, incluso sancionándolos, si es preciso”.
Resulta desconcertante esta afirmación porque, si Estados Unidos no ha hecho
nada contra China, que mantiene una política evidente de mantener
artificialmente depreciado el valor del yuan, es porque China es uno de los
principales suscriptores de la deuda pública norteamericana. Es decir, las
políticas expansivas llevadas a cabo por Estados Unidos, con la eliminación de
obstáculos al aumento de la oferta monetaria y un déficit público continuo que
ha alimentado hasta niveles nunca conocidos las emisiones de deuda pública, han
acabado creando las circunstancias para hipotecar las posibilidades de economía
norteamericana a todos los niveles.
4.- ¿ES ESTA CRISIS IDÉNTICA A LA DE 1929?-
Hay, finalmente, una serie de cuestiones estrictamente teóricas que tienen gran
importancia a la hora de analizar los planteamientos de Krugman. Ante todo,
conviene preguntarse no sólo si esta crisis es similar a la de 1929 (como
Krugman defiende) sino, fundamentalmente, si sus circunstancias son las mismas.
En este sentido, hay que decir que, en primer lugar, actualmente existen los
estabilizadores automáticos (subsidios de desempleo, ayudas sociales, impuestos
progresivos…) cuyo fin es amortiguar los efectos de los ciclos económicos y que
fueron defendidos por los economistas de la escuela keynesiana después de la II
Guerra Mundial (corriente en la que, como dijimos en la anterior entrada,
Krugman se incardinaría en función de sus propuestas) y que han entrado en
acción con la crisis actual. En segundo lugar, al contrario de lo que sucedió
en el crash del siglo pasado, los
Gobiernos, inicialmente, al estallar la crisis financiera, no se han dedicado a
implantar medidas para hacer desaparecer el déficit (según hicieron los
gobiernos de aquella época), sino que han dejado que los estabilizadores
automáticos actuasen sin ser entorpecidos. Sólo cuando la acumulación de deuda
originó que peligrara la suscripción de las nuevas emisiones, los gobiernos
tuvieron que dar un paso atrás y llevar a cabo políticas de austeridad. Es
decir, lo que esta crisis ha revelado, de hecho, es la limitación de las
políticas keynesianas de cara a conseguir la reactivación económica. Porque, y
esto iría en el tercer lugar de nuestra argumentación, un elemento que no se
tiene en cuenta a la hora de intentar aplicar las recetas de la Teoría general de Keynes es que la
dimensión y el endeudamiento de los Estados en la década de los 30 del pasado
siglo no tienen nada que ver con las actuales. Frente a Estados con un papel
limitado en la vida económica, ahora existen unas administraciones públicas
hipertrofiadas que ya contaban con un notable nivel de endeudamiento cuando ha
llegado la crisis. Una vez más, ello es muestra de que una mayor intervención
pública no es garantía de una mayor estabilidad. Y, finalmente, en cuarto
lugar, Krugman, a la hora de defender políticas discrecionales de mayor
envergadura, ignora tanto los estudios de las corrientes posteriores a la escuela
keynesiana sobre las limitaciones y problemas de dichas políticas como los
resultados prácticos obtenidos en otros momentos con su aplicación. Es curioso
que Krugman ignore, por ejemplo, lo sucedido a raíz de la crisis del 73, donde,
con carácter general, se aplicaron políticas discrecionales de aumento del
gasto público y de expansión de la oferta monetaria y fueron un fracaso
absoluto, fracaso que fue ya vaticinado en la década de los 60 por Edmund S.
Phelps (en su trabajo publicado en 1968 Money-Wage Dynamics and Labor Market Equilibrium) y por Milton
Friedman (en su discurso de aceptación de la presidencia de la American
Economic Association en 1967) justificando, en ambos casos, en términos
teóricos, su vaticinio.
En definitiva, a pesar de
la seguridad que Krugman pretende manifestar sobre el éxito seguro de sus
propuestas, la misma no se compadece ni con un análisis minucioso de sus
argumentos a la hora de contrastarlos con lo que ha sucedido y está sucediendo
en la economía real ni con una visión amplia de las elaboraciones teóricas en
juego, algunas de las cuales, posteriores al keynesianismo, y que someten a un
estudio exhaustivo sus afirmaciones, llegan a ponerlas seriamente en cuestión. (Incluso,
en última instancia, con su adscripción a una interpretación de Keynes muy
anclada a un determinado momento de la ciencia económica, ignora otras
interpretaciones que pueden ser fructíferas y de amplio recorrido –como las del
economista sueco Axel Leijonhufvud- o, incluso, no aborda la profundización de
los planteamientos tradicionales de la escuela keynesiana, desarrollados por
Modigliani, Tobin o Patinkin, para poner al día su contenido). Es decir, su
obra deja más dudas que certezas tras su lectura.
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