Quizás, hayan oído hablar en los últimos días de que a partir del 1 de enero de 2013, en Estados Unidos, puede tener lugar lo que se ha denominado "precipicio fiscal" o, en expresión inglesa, "fiscal cliff" y se teme que, si finalmente sucede, pueda provocar la entrada en recesión de la economía norteamericana y, por efecto arrastre, del resto de las economías de los países desarrollados.
Se llama "fiscal cliff" al hecho de que, a principios de 2013, coincidirían la entrada en vigor de una subida de impuestos y un recorte automático de gastos públicos, que generarían fuertes efectos contractivos sobre el crecimiento del PIB estadounidense. ¿Por qué coinciden estas medidas?
1.- En primer lugar, llegarían a su fin las rebajas impositivas y las deducciones fiscales para las empresas aprobadas con carácter temporal por la administración de George W. Bush en el año 2003 (http://economia.terra.com/noticias/noticia.aspx?idNoticia=200305282002_RTI_27473601, http://www.invertia.com/noticias/articulo-final.asp?idNoticia=870608 y http://www.elmundo.es/elmundo/2003/05/28/economia/1054074832.html).
2.- Por otra parte, se pondrían en marcha los recortes automáticos de gasto que se acordaron después de la última negociación del tope de deuda en el año 2011. Como recordarán, en el pasado ejercicio, Estados Unidos estuvo a punto de llegar al máximo de deuda autorizado por el Congreso -cuya Cámara de Representantes está controlada por los republicanos. En las negociaciones para elevar ese tope máximo, se acordó que se autorizaba una elevación del mismo, pero con la condición de que había que aprobar un paquete de reducción del gasto antes de que terminara 2012, con el fin de consolidar la sostenibilidad a largo plazo de las finanzas públicas estadounidenses. Si no se producía dicha aprobación, entrarían en vigor con carácter automático una serie de reducciones de partidas presupuestarias. A día de hoy, no hay acuerdo entre la presidencia de Estados Unidos y el Congreso, por lo que, en principio, se aplicaría los recortes presupuestarios acordados en su fecha.
El efecto conjunto de ambas medidas se ha valorado en un intervalo entre 600.000 y 750.000 millones de dólares (es decir, aproximadamente, entre el 3,7 y el 4,7% del PIB estadounidense) y llevaría, con toda seguridad, al inicio de una nueva recesión. No sólo por la magnitud del recorte, sino por la propia incertidumbre que generaría (muchos norteamericanos, p. ej., no tendrían claro qué tipo impositivo se les aplicaría en las rentas percibidas) y por las turbulencias que se producirían en los mercados financieros (con probables subidas generalizadas de las primas de riesgo que afectarían, en mayor medida, a los países en situación más delicada -p. ej., España).
Tras la celebración de las elecciones y el nuevo triunfo de Barack Obama, ya se han dado los primeros pasos para que demócratas y republicanos lleguen a un acuerdo y eviten el "fiscal cliff" (http://www.elmundo.es/america/2012/11/09/estados_unidos/1352421092.html), pero, a día de hoy, la inquietud persiste.
Más allá de este hecho puntual, que no pienso que vaya a tener peores consecuencias (en mi opinión, la sangre no va a llegar al río: habrá acuerdo, mejor o peor, y no vamos a ver "precipicio" de ningún tipo), sí conviene apuntar al problema estructural que ya hemos apuntado anteriormente en varias entradas del blog: saber hasta qué punto son sostenibles las finanzas públicas de los principales países desarrollados. Hay quien afirma sin empacho que "Estados Unidos, como la mayoría de las economías desarrolladas, es un estado quebrado" (http://www.cotizalia.com/opinion/valor-anadido/2012/11/09/panico-en-estados-unidos-ese-pais-quebrado-que-vota-a-obama-7678/) y, a tenor de las cifras, el juicio tampoco parece excesivamente desaforado. En gran medida, el problema de nuestras economías es que hemos confiado, casi exclusivamente, en medidas monetarias y financieras para impulsar el crecimiento y que, mientras tanto, la economía real languidecía sin que se tomaran decisiones eficaces para reactivarla de modo sostenible.
En gran medida, esta huida hacia delante está llegando a su fin. Los déficits fiscales y las expansiones de la oferta monetaria ya no sirven para reanimar las pobres cifras de aumento del PIB y, lo que es más grave, están poniendo en cuestión algunas de las bases del propio sistema. A fin de cuentas, siempre se ha contado con que existe, en última instancia, un activo final que sirve de garantía para cualquier tipo de transacción. Estamos más predispuestos a adquirir un activo cuanto más fácilmente pueda ser liquidado para obtener un activo diferente. Compramos un título de deuda pública o una acción en el mercado continuo porque lo podemos vender en cualquier momento y obtener efectivo. Mantenemos un depósito bancario porque sólo con acudir a un cajero automático podemos convertirlo en billetes. Precisamente porque no tenemos seguridad de que podamos vender con rapidez un inmueble (es decir, sustituirlo por dinero contante y sonante) es porque los precios en el mercado inmobiliario siguen descendiendo en nuestro país. A nivel internacional, el último activo que sirve de referencia y que da solidez a todo el sistema es el dólar. No es lo mismo tener, en efectivo, euros que pesos cubanos. El motivo es que el euro puede ser fácilmente sustituido por la divisa de referencia (el dólar) a un tipo de cambio que cotiza continuamente en el mercado de divisas. Por contra, el peso cubano cotiza a un tipo arbitrario y no habría forma de canjearlo por una moneda diferente.
Pero, ¿qué sucedería si no se confiara en el dólar? Pues que, automáticamente, todos los activos elevarían su percepción de riesgo y ello generaría efectos depresivos a nivel mundial. La referencia de riesgo desaparecería y ello llevaría la incertidumbre a unos niveles desconocidos. Quizás, el oro pasaría a ser el activo de referencia pero, dada su limitación, su precio subiría exponencialmente y ello alimentaría una deflación de precios que haría aumentar el valor real de las deudas existentes y haría descender aún más los niveles de producción... O, quizás, al no tener acceso la mayoría de la población a activos basados en el oro, las transacciones se desplomarían y habría que recurrir a mecanismos como el trueque o los bancos de tiempo (http://es.wikipedia.org/wiki/Banco_de_tiempo).
Por ello, el precipicio por el que debemos preocuparnos no sería el que podría suceder a principios de 2013 sino la ausencia de medidas que ayuden a despejar las sombras que se ciernen sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas. Este último sí es el que podría llevarnos a preocupantes territorios sin explorar...
En gran medida, esta huida hacia delante está llegando a su fin. Los déficits fiscales y las expansiones de la oferta monetaria ya no sirven para reanimar las pobres cifras de aumento del PIB y, lo que es más grave, están poniendo en cuestión algunas de las bases del propio sistema. A fin de cuentas, siempre se ha contado con que existe, en última instancia, un activo final que sirve de garantía para cualquier tipo de transacción. Estamos más predispuestos a adquirir un activo cuanto más fácilmente pueda ser liquidado para obtener un activo diferente. Compramos un título de deuda pública o una acción en el mercado continuo porque lo podemos vender en cualquier momento y obtener efectivo. Mantenemos un depósito bancario porque sólo con acudir a un cajero automático podemos convertirlo en billetes. Precisamente porque no tenemos seguridad de que podamos vender con rapidez un inmueble (es decir, sustituirlo por dinero contante y sonante) es porque los precios en el mercado inmobiliario siguen descendiendo en nuestro país. A nivel internacional, el último activo que sirve de referencia y que da solidez a todo el sistema es el dólar. No es lo mismo tener, en efectivo, euros que pesos cubanos. El motivo es que el euro puede ser fácilmente sustituido por la divisa de referencia (el dólar) a un tipo de cambio que cotiza continuamente en el mercado de divisas. Por contra, el peso cubano cotiza a un tipo arbitrario y no habría forma de canjearlo por una moneda diferente.
Pero, ¿qué sucedería si no se confiara en el dólar? Pues que, automáticamente, todos los activos elevarían su percepción de riesgo y ello generaría efectos depresivos a nivel mundial. La referencia de riesgo desaparecería y ello llevaría la incertidumbre a unos niveles desconocidos. Quizás, el oro pasaría a ser el activo de referencia pero, dada su limitación, su precio subiría exponencialmente y ello alimentaría una deflación de precios que haría aumentar el valor real de las deudas existentes y haría descender aún más los niveles de producción... O, quizás, al no tener acceso la mayoría de la población a activos basados en el oro, las transacciones se desplomarían y habría que recurrir a mecanismos como el trueque o los bancos de tiempo (http://es.wikipedia.org/wiki/Banco_de_tiempo).
Por ello, el precipicio por el que debemos preocuparnos no sería el que podría suceder a principios de 2013 sino la ausencia de medidas que ayuden a despejar las sombras que se ciernen sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas. Este último sí es el que podría llevarnos a preocupantes territorios sin explorar...
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