En los últimos tiempos, hemos
hablado con cierta frecuencia del tema del “precipicio fiscal” o “fiscal cliff” en Estados Unidos. El 22
de noviembre, expusimos la naturaleza del problema (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2012/11/al-borde-del-precipicio.html).
El 7 de enero, explicamos cómo se había buscado una solución de compromiso y se
había fijado una nueva fecha límite, el 28 de febrero, para alcanzar un acuerdo
definitivo (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2013/01/de-momento-no-caimos-por-el-precipicio.html).
Mi pronóstico fue que la sangre no iba a llegar al río y que, al final, se
llegaría a un acuerdo. Pues bien, me equivoqué…
Efectivamente, no hubo consenso
entre demócratas y republicanos y entraron en vigor las subidas automáticas de
impuestos y los recortes automáticos de gastos (http://www.elmundo.es/america/2013/03/01/estados_unidos/1362153467.html).
El motivo de divergencia fundamental es que los republicanos querían mantener
las bajadas de impuestos aprobadas durante la era Bush y centraban sus
propuestas de reducción del déficit en recortes del gasto público mientras que
los demócratas consideraban innegociable elevar los tipos impositivos a los
segmentos más elevados de renta y no se planteaban reducir las partidas
destinadas a la reforma sanitaria puesta en marcha por el presidente Obama (el programa
de gasto popularmente conocido como Obamacare).
Al final, fue imposible hallar una solución de compromiso. Eso sí, lo que antes
era conocido como “precipicio fiscal”, ha pasado a llamarse (probablemente, por
influjo de algún avezado especialista en técnicas de comunicación), “secuestro
fiscal” (http://blogs.elconfidencial.com/economia/lleno-energia/2013/03/02/hay-que-secuestrar-el-presupuesto-8126#).
Como parece que cada vez estamos más cerca de la Edad Media en nuestra forma de
pensar, creemos que por cambiar el nombre de los hechos estos van a ver
modificados su naturaleza y sus efectos. Es decir, aplicamos tácticas más
cercanas a la hechicería que a un pensamiento racional moderno (a continuación,
ahondaré en esta idea). Así nos va…
Conviene, no obstante, pararse un
momento a explicar las causas profundas de la fuerte divergencia de opiniones
que ha habido a lo largo de todo el proceso de negociación presupuestaria y que
ha tenido el desenlace expuesto. El trasfondo de esta situación es la ruptura
del consenso centrista que imperó en los Estados Unidos desde finales de la II
Guerra Mundial hasta principios de los 70. Fue esta amplia coincidencia de
criterios lo que explica la frase atribuida a Richard Nixon en la cual afirmaba,
a pesar de su pertenencia al Partido Republicano, que “todos somos keynesianos”.
Sin embargo, la crisis económica de aquella década puso en cuestión los
planteamientos en defensa de una fuerte intervención del Estado para corregir
las deficiencias del sistema capitalista. Con la llegada de Ronald Reagan al
poder en el año 1981, el énfasis iba a ser puesto en el repliegue de las
intervenciones públicas con el fin de dar mayor protagonismo al juego de las
fuerzas del libre mercado.
El problema a resolver era cómo
afrontar una reducción del gasto público que hiciera posible ese menor peso del
sector público dentro del conjunto de la economía, ya que había programas
presupuestarios (relacionados con el llamado “Estado del bienestar” o “welfare state”), que gozaban de gran
popularidad. La estrategia consistió en reducir, en primer lugar, los impuestos
y la presión fiscal, de modo que, al provocar un importante déficit, surgiera
la necesidad de efectuar recortes en distintas partidas presupuestarias. Por
supuesto, esto no podía ser argumentado tal cual ante la opinión pública, de
modo que, para ofrecer una propuesta aparentemente coherente, se recurrió a la
famosa “curva de Laffer”. Arthur Laffer argumentaba que, a partir de un
determinado nivel de presión fiscal, la recaudación ya no aumentaba, sino que
empezaba a reducirse.
Fuente:
es.wikipedia.org
Evidentemente, el argumento de
Laffer era que la presión fiscal de la economía estadounidense estaba, a
finales de los 70, a la derecha del nivel que permitía la máxima recaudación
posible. Lo lógico hubiese sido que se hubiese investigado previamente sobre
tal aseveración pero no se hizo porque, en realidad, ello no importaba, ya que
el objetivo, realmente, era el de reducir la recaudación para, a continuación,
recortar el gasto público. Si hay dudas sobre ello, hay que recordar que George
Bush, que se enfrentó a Ronald Reagan en las primarias del Partido Republicano,
llegó a calificar esta idea de bajar los impuestos para elevar la recaudación
como “vudú económico” (www.wisegeek.com/what-is-voodoo-economics.htm).
Como ven, el retorno a la hechicería viene ya de atrás…
La evolución en los años
posteriores confirmó la eficacia de la estrategia utilizada. Los impuestos
fueron siendo, poco a poco, reducidos y, con él, el nivel relativo del gasto
público (aunque sin poder acomodarse fácilmente a las bajadas fiscales, de
forma que la mayor parte de los años el presupuesto estadounidense se saldó con
déficit).
Por supuesto, este estado de
cosas cambió con la Gran Recesión en la que estamos inmersos. Cuando hay una
crisis, es cuando nos replanteamos los fundamentos con los que ha funcionado el
sistema y, en esta ocasión, las cosas no iban a ser diferentes. Desde las filas
y opiniones afines al Partido Demócrata, se ha argumentado que esta reducción
de la presión fiscal sólo ha redundado en una fuerte desigualdad de la
distribución de la renta y que, tras esta desigualdad, se esconde uno de los
motivos de la presente crisis. Una figura tan representativa como Paul Krugman,
ha defendido restaurar los tipos impositivos que existían en los años 50 (http://www.libremercado.com/2012-11-23/krugman-recomienda-a-obama-elevar-el-irpf-al-91-en-eeuu-1276474962/)
y ha animado al presidente Obama a precipitar a Estados Unidos al “precipicio
fiscal” (http://www.nytimes.com/2012/11/09/opinion/krugman-lets-not-make-a-deal.html?_r=0).
Evidentemente, se trata de aplicar la estrategia de los 80 pero al revés
(posiblemente, se trate de “vudú económico inverso”): empezar haciendo lo más
difícil, es decir, subir los impuestos para, posteriormente, ir elevando el gasto
público y ampliando los diferentes programas presupuestarios.
Estando así la situación en un
lado del arco ideológico, en el otro los integrantes del Tea Party no querían ni oír hablar de ninguna subida de impuestos y
únicamente estaban dispuestos a forzar todas las reducciones posibles del gasto
público. Lo curioso es que, probablemente, las alas moderadas de ambos partidos
podrían fácilmente llegar a un acuerdo y, además, constituyen la mayoría de
ambas cámaras y, probablemente, la mayoría de la opinión pública estadounidense
(de ahí, mi convencimiento de que, al final, se llegaría a un acuerdo entre
ambas partes). Pero, en las actuales circunstancias, son quienes no están
dispuestos a negociar, por considerarlo como una muestra de debilidad, quienes
llevan la voz cantante. Si se llegase a un acuerdo, no cabe dudar que los
moderados de ambos partidos serían atacados con saña y, por ello, no se atreven
a poner los medios para solucionar una situación complicada.
Es evidente que el desfase
presupuestario estadounidense tiene que ser corregido. Pero defender el “fiscal cliff” para remediarlo es como
solucionar un problema de sobrepeso dejando absolutamente de comer. Es también
evidente que elevar el impuesto a las rentas más elevadas es justo y lógico
pero pretender volver a los tipos de los años 50 es ignorar los efectos que el
exceso de intervencionismo provocó en las economías occidentales desde finales
de los 60. Entre ambas posturas, se halla el sentido común y, posiblemente, la
mayoría del sentimiento social. Por desgracia, los procesos políticos actuales se
han especializado en poner en marcha sofisticados métodos de ingeniería social
que provocan que las decisiones finales se distancien claramente de la voluntad
mayoritaria (sin que ello sea así percibido). En Estados Unidos, estamos viendo
una de las graves consecuencias de este vicio que han ido adoptando nuestras
democracias: parálisis en la gestión al ir ganando terreno la pura demagogia.
En el caso norteamericano, además, se une otro efecto aún más preocupante: es
evidente que esta situación debilita el liderazgo de Estados Unidos a nivel
internacional, aumentando la confusión y la incertidumbre. Como ya explicamos
en otra entrada, esta crisis no sólo hay que medirla por sus efectos económicos
sino por los cambios que, en el rango jerárquico de los distintos países, se
vislumbra en el horizonte (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2012/05/la-situacion-de-la-economia-de-eeuu-y-4.html).
Comentarios
Publicar un comentario