¡¡¡¡¡¡¡¡BAAAAAAAAANZAAAAAAAIIIIIIIIIIIII…………..!!!!!!!!








A principios de los 90, Japón vio cómo la burbuja inmobiliario-financiera en que estaba sumida explotó. Veinte años después, la economía nipona aún no se ha recuperado de la recesión subsiguiente. Basta ver la evolución de las tasas de crecimiento para comprobar el impacto de la crisis:




Fuente: EUROSTAT



En el período 1981-1991, la tasa media de crecimiento fue del 4,5%. En el período 1992-2012, sólo alcanzó el 0,9%.

Lo llamativo de Japón es que, a pesar de esa baja tasa de crecimiento y debido a su peculiar sistema de relaciones laborales (en el que prima la vinculación y fidelidad del trabajador con su empresa), ha logrado mantener tasas relativamente bajas de desempleo:




Fuente: EUROSTAT


Como se observa en el gráfico, la mayor tasa de desempleo alcanzada fue en 2003, con un 5,4% y, en la actualidad, se mueve en torno al 4,5%.

Sin embargo, el elemento que verdaderamente ha reflejado el impacto de la larga crisis japonesa ha sido su volumen de deuda pública. Habiendo aplicado las autoridades numerosos impulsos monetarios y fiscales para estimular la economía, los sucesivos déficits que se iban sucediendo en las cuentas públicas han provocado que la deuda pública sobre el PIB alcance un porcentaje del 205,5% en el año 2012, cuando en 1983 sólo era del 45% y en 1993, en los comienzos de la recesión, sólo significaba el 51,1%.





Fuente: Elaboración propia a partir de datos de Bank of Japan y de http://world-economic-outlook.findthedata.org/


Igualmente, los tipos de interés aplicados por el Banco de Japón se mantuvieron en niveles cercanos al 0%, muy por debajo de las tasas establecidas por los bancos centrales de las principales economías mundiales:






Fuente: Elaboración propia a partir de datos de Bank of Japan y de http://world-economic-outlook.findthedata.org/



A pesar de los fuertes estímulos que, tanto del lado de la política monetaria como de la política fiscal, se aplicaron a la economía japonesa, los resultados, como hemos podido ver a la hora de revisar sus tasas de crecimiento, han sido estériles.


El pasado 16 de diciembre de 2012, las elecciones legislativas japonesas supusieron el regreso al poder del Partido Liberal Demócrata (PLD), después de un paréntesis de poco más de tres años de gobierno del Partido Demócrata (http://www.elmundo.es/elmundo/2012/12/16/internacional/1355656524.html). Con ello, se confirmaba la hegemonía histórica del PLD en la política japonesa desde el fin de la II Guerra Mundial. A pesar de los numerosos escándalos y casos de corrupción que han sacudido a esta fuerza política, desde 1955 (momento de su fundación), sólo ha estado fuera del poder entre 1993 y 1994 y entre 2009 y 2012. Shinzo Abe (quien ya había ocupado el cargo entre 2006 y 2007, fue nombrado primer ministro y el 8 de enero de 2013 anunció el paquete de medidas económicas que pensaba aplicar y que consistía, básicamente, en ejecutar a gran escala la mayoría de los estímulos aplicados con anterioridad.

Así, se decidió la aprobación de un presupuesto extraordinario equivalente a 105.000 millones de euros (http://www.libremercado.com/2013-01-08/japon-va-camino-de-convertirse-en-la-proxima-grecia-1276478579/), dedicado, entre otros aspectos, a la construcción de infraestructuras y a la aceleración de las obras en el noreste nipón para reparar los daños causados por el tsunami en 2011 (35.000 millones de euros), a la creación de infraestructuras para la recarga de vehículos eléctricos (870 millones de euros), a cubrir necesidades financieras del sistema de pensiones (22.600 millones de euros) y, como medida más polémica, a la inyección de dinero público en empresas privadas para la inversión en fábricas y maquinaria y a la creación de un fondo público-privado para promover la inversión y las adquisiciones corporativas en el exterior por parte de empresas japonesas (1,746 millones de euros).

Para financiar este plan, el Gobierno emitirá más deuda pública, por un importe de 43.654 millones de euros, y se emitirá una política monetaria más agresiva, aumentando en 119.000 millones de dólares el importe de las medidas de monetización, es decir, la compra directa por parte del banco central de activos en los mercados financieros con el fin de inyectar dinero en el sistema económico.

Hasta la fecha, el impacto de todas estas medidas se ha reflejado, básicamente, en una mejora de las condiciones de liquidez y financiación a nivel internacional. Al haber producido la masiva inyección monetaria una bajada de la rentabilidad de los activos denominados en yenes, se ha producido una migración hacia otro tipo de activos que ofrecen rentabilidades mayores (la bajada de la prima de riesgo de la deuda española no ha sido ajena a este fenómeno). Que logren, a través de la devaluación del yen (con el fin de favorecer las exportaciones) y la aceleración de la tasa de inflación (para reducir el valor real del inmenso nivel de deuda existente), resolver los problemas estructurales de la economía japonesa, resulta más dudoso. Hasta la fecha (y hemos tenido veinte años para comprobarlo), unas políticas fiscal y monetaria expansivas se han demostrado inútiles para despertar el crecimiento económico nipón y nada hace pensar que, ahora, pueda ser distinto. Como hemos explicado muchas veces en este blog, la raíz de los problemas de Japón, al igual que ocurre en la mayoría de los países occidentales, se encuentra en la economía real y no en la vertiente financiera. A pesar del poderío tecnológico del país asiático, un fuerte intervencionismo estatal (que llevó, p. ej, en los 80 y 90 a despilfarrar una cuantía ingente de recursos en un proyecto fracasado como el de la búsqueda de la hegemonía de la televisión de alta definición), la colusión entre los grandes conglomerados industriales para evitar la entrada de competidores exteriores, la existencia de importantes focos de corrupción que han contaminado las decisiones políticas adoptadas y el envejecimiento de la población han llevado a la economía japonesa a perder su dinamismo de antaño. Por mucho que se intensifique el carácter expansivo de las políticas económicas aplicadas (que, quizás, puedan proporcionar algún alivio pasajero), sin resolver esos problemas de fondo no habrá solución para el estancamiento en que Japón se encuentra.


Comentarios