En las actuales circunstancias,
las empresas y las organizaciones se mueven en dilemas aparentemente
irresolubles. Como ya hemos comentado en ocasiones anteriores, las pautas en
las que se desenvolvía la actividad económica hasta el año 2007 han quebrado y,
ahora, nos enfrentamos a una situación completamente nueva. Ello invitaría a
embarcarse en nuevos proyectos, realizar inversiones para ponerlos en marcha y
dedicar recursos a emprender nuevas tareas. Sin embargo, nos vemos obligados a
operar en un contexto en el que el elemento dominante es la escasez de
posibilidades de financiación. Las empresas quieren reservar su tesorería con
el único fin de poder mantenerse en el mercado a salvo de posibles
contingencias (sin atreverse a diversificar su negocio), el crédito no fluye
desde la banca y el elevado endeudamiento de los agentes económicos no hace
posible que puedan concertar nuevas operaciones financieras.
En consecuencia, en este nuevo
curso que empieza, me gustaría empezar aportando el concepto de “racionalidad
creativa” y que lo tengamos siempre en mente como guía a seguir para orientar
nuestra conducta. Se trataría de reconocer que nos movemos en un contexto de
recursos limitados y, por tanto, la optimización de costes es un elemento
esencial pero, por otro lado, admitir que en esta etapa de profundos cambios no
nos podemos circunscribir a hacer lo mismo de siempre sin dar ningún tipo de
giro a nuestra actividad.
Nassem Nicholas Taleb, en El cisne negro, aporta una idea que
considero muy adecuada para esta época. Este autor nos habla de la dificultad
de predecir y de la infravaloración sistemática del riesgo en la cual
incurrimos persistentemente. Por ello, explica así el método de inversión que
practica:
Si sabemos que somos vulnerables a los errores de predicción, y si
aceptamos que la mayor parte de las “medidas de riesgo” contienen
imperfecciones (…), entonces nuestra
estrategia es mostrarnos tan hiperconservadores e hiperagresivos como podamos,
en vez de ser medianamente agresivos o conservadores. En lugar de destinar el
dinero a inversiones de “riesgo medio” (¿cómo sabemos que es un riesgo medio?) (…),
debemos colocar una parte, digamos que
entre el 85 y el 90%, en instrumentos extremadamente seguros, por ejemplo las
Letras del Tesoro, una clase de instrumentos tan seguros como los que seamos
capaces de encontrar en todo el planeta. El restante 10 o 15% lo colocaremos en
apuestas extremadamente especulativas lo más apalancadas posibles (como las
opciones), en especial carteras de capital de riesgo. De esta manera no
dependemos de los errores de la gestión del riesgo (…). En vez de correr un
riesgo medio, corremos un riesgo elevado por un lado, y ninguno por el otro.
En relación a los porcentajes
anteriores, está claro que pueden variar en función de la menor o mayor
aversión al riesgo de cada cual. Si somos precavidos, podemos elevar al 90-95%
la inversión en activos seguros. Si somos un poco más lanzados, podemos bajar
al 75-80%. En cualquier caso, el trasfondo de la idea es que debemos EXPONERNOS
a posibles acontecimientos inesperados positivos, sin incurrir en un exceso de
riesgo. Debemos dejar espacio, tiempo y recursos a que podamos obtener
beneficios de hechos futuros difícilmente previsibles o altamente inciertos. En
definitiva, permitir que la imaginación irrumpa en nuestras vidas y permitir
que sus frutos tengan alguna posibilidad de desarrollo. Este enfoque puede
resolver el dilema al que nos hemos referido al principio de la entrada y
proporcionarnos una posición de ventaja en un futuro que, a día de hoy, todavía
no somos capaces de vislumbrar.
Comentarios
Publicar un comentario