ANÁLISIS DE EL LOBO DE WALL STREET (y III)

ANÁLISIS DE EL LOBO DE WALL STREET (y III)

En nuestras dos anteriores entradas (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2014/01/analisis-de-el-lobo-de-wall-street-i.html y http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2014/01/analisis-de-el-lobo-de-wall-street-ii.html), empezamos analizar la última película de Martin Scorsese, El lobo de Wall Street, desde un punto de vista económico. Hoy, terminamos dicho análisis, abordando los dos últimos aspectos que considero relevantes.



UN MARCO INSTITUCIONAL INADECUADO

Cuando se puso fin a la convertibilidad dólar-oro y, a raíz de ello, se pasó a un patrón fiduciario, que, a largo plazo, ha tenido consecuencias negativas para todo el sistema económico y que nos ha llevado a la actual situación que estamos sufriendo. 



 Leonardo di Caprio (izq.) y Kyle Chandler (der.) en una escena de la película. Chandler interpreta al agente del FBI Patrick Denham, cuyas investigaciones llevaron a la detención de Jordan Belfort.


El establecer un patrón fiduciario no tenía que haber llevado a un desenlace de este tipo. Pero, estando claro que se corría ese riesgo, se tenía que haber diseñado un marco institucional que lo evitara o, al menos, lo disminuyera, actuando sobre dos frentes diferentes: el primero, evitar que la masa monetaria se desbocara y acabara provocando un alza en la inflación; el segundo, evitar que las entidades financieras alcanzaran una dimensión desproporcionada y/o acabaran incurriendo en riesgos excesivos. En el fondo, ambos aspectos son las dos caras de una misma moneda, en la medida en que la masa monetaria o cantidad de dinero en circulación es, básicamente, dinero bancario.

Como ya explicamos en su día (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2010/12/el-vuelo-de-icaro_22.html, http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2011/10/rio-arriba-o-cual-es-el-origen-de.html), las subidas de precios de los activos inmobiliarios eran un indicador claro de que el descontrol monetario ya había empezado a reflejarse en subidas de precios insostenibles (aunque los precios de los bienes y servicios corrientes, gracias al proceso de globalización y la externalización de procesos de fabricación a países en vías de desarrollo con menores costes laborales). Por supuesto, dicho proceso iba asociado a un aumento desmedido de los balances bancarios y a la generación de deudas que suponían un riesgo cada vez mayor en función de que iban a asociados a precios crecientemente elevados de unos inmuebles artificialmente sobrevalorados.

Posiblemente, todo este mecanismo no fue paralizado porque, en gran medida, los Gobiernos contemplaban satisfechos cómo el mismo generaba un crecimiento que, aunque ilusorio, permitía mantener un clima de euforia en la opinión pública.

Aunque estos hechos son posteriores a aquellos que relata la película, en la misma es posible identificar una parte fundamental de los problemas que presentaban las instituciones de supervisión. Observemos cómo se muestra la impotencia de los inspectores de la SEC (encerrados en una habitación con el frío de aire acondicionado al máximo) para detectar y frenar las prácticas irregulares de Stratton Oakmont y cómo es, al final, el FBI quien actúa para detener al broker y acusarle de una larga serie de delitos. Como es obvio, los mecanismos de supervisión e inspección sólo tienen sentido si permiten actuar a priori y no sólo a posteriori. Que, en los años siguientes, no se modificara esta situación, explica que se pudiera realizar la comercialización masiva de hipotecas subprime a través de fondos de titulización sin que se informara adecuadamente sin los riesgos asociados a dichos productos.



 Escena de la película en la que se recrea la detención de Jordan Belfort


Hay otro elemento del marco institucional que conviene destacar y es cómo, al final, los flujos de dinero (aunque sean irregulares) acaban encontrando acomodo en algún paraíso fiscal (ello se refleja en la visita que realiza Jordan Belfort al banquero suizo Jean Jacques Saurel para dar salida a unos capitales obtenidos de forma poco ortodoxa). A nivel internacional, sin la existencia de una arquitectura financiera armonizada, va a ser imposible erradicar ciertas prácticas que acaban causando un daño irreparable a ahorros e inversores. Unido a ello, la evasión fiscal que genera la existencia de estos paraísos fiscales daña a las diferentes haciendas públicas y acaba provocando que las cargas tributarias acaben recayendo sobre aquellos que no pueden utilizar los mecanismos evasores y no pueden escapar de la acción del fisco. En el fondo, uno de los problemas que arrastramos es que un mundo globalizado necesita un marco institucional también globalizado que no permita la existencia de territorios “francos” que cumplan la función que tenía la Isla de la Tortuga durante buena parte del siglo XVII: la de ser lugar de albergue de los filibusteros de todo el Mar Caribe y sus proximidades (http://es.wikipedia.org/wiki/Isla_de_la_Tortuga).



 En el centro, Jean Dujardin, quien interpreta al banquero suizo Jean Jacques Saurel




EL MARCO SOCIAL

Para terminar, tenemos que mencionar el elemento que hace posible, finalmente, que toda una serie de conductas y comportamientos disfuncionales cristalicen y se conviertan en normales y habituales. Ante todo, conviene destacar que afirmaciones del propio Jordan Belfort (http://www.elconfidencial.com/cultura/2014-01-17/sexo-cocaina-y-un-lobo-en-wall-street_76788/) o de personas que han conocido el mundo financiero de la época o de momentos posteriores (http://blogs.elconfidencial.com/espana/tribuna/2014-02-04/mis-dias-y-mis-noches-al-lado-de-los-lobos-de-la-city-londinense_84660/) han confirmado, en términos generales, lo que la película narra o, incluso, que la misma se queda corta a la hora de recrear determinadas situaciones.

Igualmente, también el film deja una sensación de ambigüedad en torno a la figura de Belfort: ¿es retratado como un héroe o como un villano? Sobre todo, si vemos la última escena de la película, resulta difícil no concluir que la sociedad o, al menos, estratos significativos de la misma, ven a Jordan Belfort o personajes similares como un modelo a seguir. Y ello nos lleva, inevitablemente, a la cuestión de las pautas culturales y de las normas éticas imperantes.

Porque todas las circunstancias que hemos mencionado hasta la fecha tienen como sustrato una mentalidad en la que el corto plazo tiene más peso que el largo plazo, en la que al dinero “rápido” se le da más importancia que a las empresas y negocios sustentados en una trayectoria seria y rigurosa, en la que las apariencias son más relevante que la sustancia, en las que lo virtual ha ganado la partida a lo real… Sólo sobre esa cultura dominante es cómo pueden sustentarse todos los fenómenos de los que hemos hablado en estas tres entradas y, por eso, creo que tiene plena justificación el clima excesivo del que está impregnada la película y que constituye el telón de fondo necesario para la mayoría de los hechos que vemos en ella.

Quizás, debamos traer a colación lo que el profesor Julio Segura escribió en la obra colectiva Problemas económicos españoles en la década de los 90 (Galaxia Gutenberg, 1995) ya que, en sus palabras, ya advertía sobre el peligroso peso que lo financiero estaba adquiriendo en nuestros sistemas económicos:

Sospecho que este predominio de la esfera financiera sobre la real – y más aún la desvinculación de la primera respecto de la segunda-, este alejamiento de los precios de los aspectos fundamentales de la demanda y la oferta ha terminado afectando a la propia escala de valores prevalecientes en el mundo económico. Por ello, no es de extrañar que el modelo de referencia de los estudiantes de ciencias empresariales sean los financieros de corto plazo, y que el empleo más atractivo sea la tesorería de las grandes instituciones financieras. Y, en consecuencia, el atractivo del empresario en sentido estricto resulta escaso.

Esto constituye, en mi opinión, un grave peligro, porque afecta a valores esenciales para el funcionamiento de nuestras sociedades, tales como el respeto por el trabajo bien hecho, la autoestima profesional y la consideración de los efectos sociales de las acciones individuales.”

Vistas a la luz de los acontecimientos posteriores, estas afirmaciones se demuestran absolutamente premonitorias y describen con gran precisión el proceso que nos ha llevado a la crisis actual.

La moraleja que, en el fondo, transmite El lobo de Wall Street es que, a pesar de que el comportamiento de Jordan Belfort puede ser tildado de psicopático, acaba siendo un ídolo porque la sociedad ensalza, apoya y estimula su forma de pensar y su estilo de vida. Es esta inquietante reflexión con la que termina el film y que nos debería hacer meditar (si los acontecimientos de los últimos años no lo han hecho ya) sobre cuál es la senda por la que están marchando nuestras sociedades y nuestras economías y que es necesario rectificar. A pesar de que han pasado más de seis años desde el estallido de la crisis de las hipotecas subprime, dicha rectificación sigue aún pendiente.



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