EL CAMBIO TECNOLÓGICO: LA MADRE DE TODOS LOS CRECIMIENTOS (II)


En nuestra entrada anterior, comentamos cómo la paralización que había experimentado el cambio tecnológico y el subsiguiente freno que ello había supuesto para el crecimiento de la productividad y del nivel de vida. Sin embargo, hay que puntualizar a qué nos referimos cuando hablamos de productividad. Para ello, vamos a partir del concepto de función de producción.

La función de producción representa qué niveles de producción se obtienen con la aplicación de distintos niveles de factores de producción. En el siguiente gráfico, consideramos que los dos factores de producción considerados son capital (en el sentido de activos físicos), representado por la letra K, y el trabajo, representado por la letra L. Con aplicaciones crecientes de factores, la producción sube hasta un punto máximo. A partir del mismo, debido a la ley de rendimientos decrecientes, nuevas adiciones bien de capital bien de trabajo ya no dan lugar a aumentos de producción sino a disminuciones. 






Si cortásemos la función de producción a distintos niveles, podríamos ver las distintas combinaciones de trabajo y capital que dan lugar a los mismos niveles de producción. Si representamos las formas geométricas resultantes en un diagrama de dos ejes, obtendríamos las llamadas isocuantas, es decir, las curvas que muestran las distintas combinaciones de trabajo y capital que dan lugar a los mismos niveles de producción.





Las dos líneas discontinuas que hemos trazado en el diagrama anterior delimitan la que podemos denominar “zona de eficiencia”. Fuera de esa zona, las combinaciones no deben ser tenidas en cuenta ya que no tiene sentido utilizar más factores para obtener un nivel de producción que se puede conseguir con una cantidad menor. El mapa de isocuantas, por tanto, quedaría del siguiente modo:





En este punto, es donde conviene hacer una aclaración importante. No es lo mismo el crecimiento de la denominada “Productividad aparente del factor trabajo” con la “Productividad total de los factores”. Lo que se suele hacer a la hora de medir la productividad del factor trabajo es dividir la producción total por una medida de la cantidad de trabajo utilizada (por ejemplo, horas empleadas). Sin embargo, ello obvia que, para obtener un nivel de producción cualquiera, se requieren de factores de producción adicionales. Veamos el siguiente gráfico:





Si comparamos el punto a1 con el punto a2, al primero le corresponde una cantidad de trabajo mayor y al segundo una cantidad de trabajo menor. Si midiésemos la productividad del trabajo dividiendo la producción por la cantidad de trabajo utilizada, el trabajo sería, aparentemente,  más productivo en a2 que en a1. Pero sólo aparentemente. Porque es más productivo porque la cantidad de capital utilizada es mayor. Es decir, no es que sea más productivo, es que cada unidad de trabajo utiliza una cantidad mayor de capital. Por ello, en las fases de recesión económica, es normal que se produzca un aumento de la productividad del trabajo. Mientras que el capital utilizado tiende a ser fijo, los ajustes se suelen centrar en la cantidad de empleados contratados, de forma que, al realizar los cálculos, suele resultar que la productividad del trabajo sube. En las fases de expansión, el proceso suele ser a la inversa.

(A este respecto, hay que corregir las imprecisiones que se dan en ciertos discursos que, en materia laboral, son habituales en España. Es usual oír la siguiente frase: “Hay que trabajar más para ser más productivos”. Es obvio que, según la explicación que hemos dado, el argumento es erróneo. Si hay que prolongar la jornada laboral para lograr alcanzar un determinado nivel de producción de bienes o servicios, es porque, en el fondo, hay un problema de productividad. Las empresas afrontan un problema de organización del trabajo o de estado de la tecnología aplicada de forma que la única solución es ampliar el horario de trabajo para suplir esa carencia. De hecho, según un estudio de ADECCO publicado en agosto de 2013 (http://www.adecco.es/_data/NotasPrensa/pdf/496.pdf), la jornada laboral en España se sitúa cerca de la media de los 27 países de la Unión Europea:







 Se podrá discutir, entonces, si el problema de nuestro país procede de una rígida legislación laboral, como suelen alegar las organizaciones empresariales y los economistas más inclinados hacia el liberalismo, o si es un problema de estructura económica, como suelen afirmar los sindicatos o los economistas más proclives al keynesianismo  – lo más probable es que sea por una combinación de ambas circunstancias, todo hay que decirlo-. Pero, según los datos, la duración de la jornada laboral no es la cuestión esencial.)

Para hablar, strictu sensu, de crecimiento de “Productividad total de los factores”, lo que debería tener lugar es que, para cada combinación de trabajo y capital, el nivel de producción obtenido debería ser mayor:

La clave para que se materialice ese crecimiento de la “Productividad total de los factores” es que existan innovaciones tecnológicas, que el cambio tecnológico permita incrementar la producción sin que haya que utilizar mayores cantidades de recursos. Sin dicha innovación, dicha productividad tiende a estancarse.

En nuestra próxima entrada, comprobaremos cómo los datos confirman esta hipótesis.

 

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