En nuestra entrada anterior,
comentamos cómo la paralización que había experimentado el cambio tecnológico y
el subsiguiente freno que ello había supuesto para el crecimiento de la
productividad y del nivel de vida. Sin embargo, hay que puntualizar a qué nos
referimos cuando hablamos de productividad. Para ello, vamos a partir del
concepto de función de producción.
La función de producción
representa qué niveles de producción se obtienen con la aplicación de distintos
niveles de factores de producción. En el siguiente gráfico, consideramos que
los dos factores de producción considerados son capital (en el sentido de
activos físicos), representado por la letra K, y el trabajo, representado por
la letra L. Con aplicaciones crecientes de factores, la producción sube hasta
un punto máximo. A partir del mismo, debido a la ley de rendimientos
decrecientes, nuevas adiciones bien de capital bien de trabajo ya no dan lugar
a aumentos de producción sino a disminuciones.
Si cortásemos la función de
producción a distintos niveles, podríamos ver las distintas combinaciones de
trabajo y capital que dan lugar a los mismos niveles de producción. Si
representamos las formas geométricas resultantes en un diagrama de dos ejes,
obtendríamos las llamadas isocuantas, es decir, las curvas que muestran las
distintas combinaciones de trabajo y capital que dan lugar a los mismos niveles
de producción.
Las dos líneas discontinuas que
hemos trazado en el diagrama anterior delimitan la que podemos denominar “zona
de eficiencia”. Fuera de esa zona, las combinaciones no deben ser tenidas en
cuenta ya que no tiene sentido utilizar más factores para obtener un nivel de
producción que se puede conseguir con una cantidad menor. El mapa de isocuantas,
por tanto, quedaría del siguiente modo:
En este punto, es donde conviene
hacer una aclaración importante. No es lo mismo el crecimiento de la denominada
“Productividad aparente del factor trabajo” con la “Productividad total
de los factores”. Lo que se suele hacer a la hora de medir la productividad del
factor trabajo es dividir la producción total por una medida de la cantidad de
trabajo utilizada (por ejemplo, horas empleadas). Sin embargo, ello obvia que,
para obtener un nivel de producción cualquiera, se requieren de factores de
producción adicionales. Veamos el siguiente gráfico:
Si comparamos el punto a1 con el
punto a2, al primero le corresponde una cantidad de trabajo mayor y al segundo
una cantidad de trabajo menor. Si midiésemos la productividad del trabajo
dividiendo la producción por la cantidad de trabajo utilizada, el trabajo
sería, aparentemente, más productivo en
a2 que en a1. Pero sólo aparentemente. Porque es más productivo porque la
cantidad de capital utilizada es mayor. Es decir, no es que sea más productivo,
es que cada unidad de trabajo utiliza una cantidad mayor de capital. Por ello,
en las fases de recesión económica, es normal que se produzca un aumento de la
productividad del trabajo. Mientras que el capital utilizado tiende a ser fijo,
los ajustes se suelen centrar en la cantidad de empleados contratados, de forma
que, al realizar los cálculos, suele resultar que la productividad del trabajo
sube. En las fases de expansión, el proceso suele ser a la inversa.
(A este respecto, hay que
corregir las imprecisiones que se dan en ciertos discursos que, en materia
laboral, son habituales en España. Es usual oír la siguiente frase: “Hay que
trabajar más para ser más productivos”. Es obvio que, según la explicación que
hemos dado, el argumento es erróneo. Si hay que prolongar la jornada laboral
para lograr alcanzar un determinado nivel de producción de bienes o servicios,
es porque, en el fondo, hay un problema de productividad. Las empresas afrontan
un problema de organización del trabajo o de estado de la tecnología aplicada de
forma que la única solución es ampliar el horario de trabajo para suplir esa
carencia. De hecho, según un estudio de ADECCO publicado en agosto de 2013 (http://www.adecco.es/_data/NotasPrensa/pdf/496.pdf),
la jornada laboral en España se sitúa cerca de la media de los 27 países de la
Unión Europea:
Se podrá discutir, entonces, si
el problema de nuestro país procede de una rígida legislación laboral, como
suelen alegar las organizaciones empresariales y los economistas más inclinados
hacia el liberalismo, o si es un problema de estructura económica, como suelen
afirmar los sindicatos o los economistas más proclives al keynesianismo – lo más probable es que sea por una
combinación de ambas circunstancias, todo hay que decirlo-. Pero, según los
datos, la duración de la jornada laboral no es la cuestión esencial.)
Para hablar, strictu sensu, de crecimiento de
“Productividad total de los factores”, lo que debería tener lugar es que, para
cada combinación de trabajo y capital, el nivel de producción obtenido debería
ser mayor:
La clave para que se materialice
ese crecimiento de la “Productividad total de los factores” es que existan
innovaciones tecnológicas, que el cambio tecnológico permita incrementar la
producción sin que haya que utilizar mayores cantidades de recursos. Sin dicha
innovación, dicha productividad tiende a estancarse.
En nuestra próxima entrada, comprobaremos cómo los datos confirman esta
hipótesis.
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