EL CAMBIO TECNOLÓGICO: LA MADRE DE TODOS LOS CRECIMIENTOS (y III)



Concluíamos nuestra anterior entrada con la afirmación de que, sin cambio tecnológico, los niveles de vida tienden a estancarse.

Reiteradamente, hemos aludido a los datos que muestran como el progreso tecnológico se ha ido desacelerando en las últimas décadas, fenómeno que es el que explica, en última instancia, la mayoría de los problemas por los que han pasado las economías occidentales en las últimas décadas.

Así, según datos aportados por Paul Krugman en su libro Vendiendo prosperidad (1994, publicado en España por la Editorial Ariel), en Estados Unidos “desde finales del siglo XIX hasta la II Guerra Mundial, la productividad creció, en promedio, alrededor de un 1,8% al año, lo suficiente para duplicar aproximadamente los niveles de vida cada cuarenta años. Desde la II Guerra Mundial hasta 1973, el crecimiento medio fue mayor, un 2,8% anual, lo suficiente para duplicar los niveles de vida cada veinticinco años. Desde 1973, la productividad creció, en promedio, menos de un 1% al año, ritmo que tardaría ochenta años en lograr el aumento del nivel de vida que se registró en menos de una generación después de la II Guerra Mundial”. Hay que indicar, no obstante, que, desde 1973, el comportamiento de la productividad no ha sido homogéneo. Según datos de la misma obra, en el período 1979-1989 el crecimiento de la productividad por asalariado fue sólo del 0,8% al año. Según un documento del Servicio de Estudios del BBVA, elaborado por Jorge Sicilia, en el período 1995-2005, la productividad volvió a crecer a tasas cercanas al 3%, manifestándose nuevamente una desaceleración en 2006, con un crecimiento de sólo el 1,5%. Con independencia de los matices indicados, es importante que nos quedemos con la tendencia patente de reducción del crecimiento de la “Productividad Total de los Factores” (PTF).

En la obra colectiva Problemas económicos españoles en la década de los 90 (publicado por Galaxia Gutenberg en el año 1995), el profesor José Luis Raymond aportaba datos de la evolución de la PTF en España y en la Unión Europea en los subperíodos 1960-1975, 1976-1985 y 1986-1991. Para la Unión Europea, el crecimiento de la PTF en cada subperíodo es del 3,0%, del 1,6% y del 1,1%. En el caso español, la evolución es del 4,9%, 1,9% y 1,3%, respectivamente. Se deduce, claramente, que la tendencia es paralela a la experimentada por Estados Unidos.

La repercusión de este comportamiento debía manifestarse, antes o después, en el aumento del PIB per cápita (que es el que viene a determinar el nivel de vida medio de la población) y, efectivamente, los estudios confirman que dicha variable ha mostrado una clara tendencia a la desaceleración de su crecimiento.

En el estudio Is US Economic Growth Over? Faltering Innovation Confronts The Six Headwinds (http://www.voxeu.org/article/us-economic-growth-over), publicado por el National Bureau of Economic Research (NBER), de Estados Unidos, y cuyo autor es el profesor Robert J. Gordon (de la Northwestern University), se muestra claramente cómo los datos apuntan a que los fuertes crecimientos del PIB per cápita que comenzaron con la I Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, alcanzaron un pico en el tercer cuarto del siglo XX y, desde entonces, la tendencia ha sido de evidente descenso. El siguiente gráfico muestra cómo ha evolucionado el crecimiento del PIB per cápita del Reino Unido hasta 1906 y, a partir de esa fecha, el de Estados Unidos. La idea es reflejar qué comportamiento ha tenido dicha variable en la nación que ha liderado cada etapa histórica de la Revolución Industrial.




 Fuente: op. cit.


Extrapolando la tendencia al futuro, es fácil calcular que, en torno al 2100, el PIB per cápita, con crecimientos cada vez menores, llegaría a un máximo que no podría sobrepasar:



Fuente: op. cit.




Fuente: op. cit.


Una observación superficial nos haría caer en la cuenta de que, desde 1960, los únicos avances tecnológicos verdaderamente sustanciales y significativos tuvieron lugar en la década de los 90 con la generalización del uso de la informática (asociado al desarrollo de internet) y de la telefonía móvil. En los últimos tiempos, la aparición de nuevos dispositivos móviles (como el iPad) o el desarrollo de las redes sociales aún no han significado un cambio trascendental en nuestra forma de concebir la producción de bienes y servicios. Aspectos que fueron fundamentales en las dos Revoluciones Industriales de los siglos XVIII y XIX como son los de la energía, el transporte y las comunicaciones no han experimentado cambios radicales por lo que es difícil que pueda haber saltos apreciables en el comportamiento de la productividad y, en consecuencia, del PIB per cápita.

Es esta realidad la que explica la afirmación de Lawrence Summers en la conferencia de la que hablamos en la primera entrega de esta serie sobre el imperativo de tener que crecer sólo a base de la creación de burbujas. Es obvio que esta salida no es razonable. De hecho, su aplicación durante los últimos años es lo que explica la actual situación de crisis que existe en la mayoría de los países desarrollados. La implantación de un patrón monetario fiduciario ha sido un medio fundamental para el auge desmedido de la esfera financiera de la economía (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2011/10/rio-arriba-o-cual-es-el-origen-de.html), la cual ha posibilitado la formación de sucesivas burbujas, siendo la última de ellas la burbuja inmobiliaria que originó la llamada Gran Recesión a partir de 2007. Si seguimos recurriendo a la misma vía, determinados sectores o agentes económicos seguirán acumulando deudas cada vez mayores que, al tener su contrapartida en activos bancarios o financieros, originarán crisis de solvencia y de confianza cada vez más importantes hasta que se produzcan una huida masiva hacia la liquidez y, en consecuencia, llegue un punto en que el sistema financiero deje de funcionar.

Por tanto, hay que partir del hecho de que el cambio tecnológico se está desacelerando y evitar, al contrario de lo que propone Lawrence Summers, la formación de nuevas burbujas que nos acabarían llevando a un callejón sin salida.

A partir de la desaceleración antes citada, lo sensato sería, desde el punto de vista de la política económica, desarrollar dos líneas centradas en la optimización de recursos y el fomento del progreso tecnológico.

Desde el punto de vista de la optimización de recursos, es posible en el sector público implantar medidas de racionalización de los programas de gasto von vistas a eliminar o reducir a su mínima expresión partidas con escaso impacto económico social y que sólo llegan a justificarse por la mera inercia burocrática, por el deseo de crear redes clientelares o por la aplicación de criterios técnicos erróneos. Igualmente, habría que eliminar trabas burocráticas innecesarias y remover obstáculos y rigideces en los mercados que supongan costes a las empresas que no vayan asociados a un propósito claro y bien definido. A nivel privado, la potenciación de aspectos como el reciclaje o la adopción de medidas de ahorro energético serían plenamente coherentes con las previsiones descritas en relación al crecimiento económico.

Más problemática es la implantación de medidas relacionadas con el fomento del progreso tecnológico. Aunque lo habitual es financiar la investigación en líneas que pueden parecer prometedoras, en la práctica no resulta fácil detectar qué avances pueden resultar fructíferos. Recordemos, por ejemplo, el caso de Japón, que, tras emplear treinta años de investigación y miles de millones de yenes en el desarrollo de la televisión de alta definición, acabó optando por la televisión digital en 1997 (http://hemeroteca.abcdesevilla.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/sevilla/abc.sevilla/1997/03/28/086.html). Un caso más reciente sería el del acelerador de partículas del CERN en Ginebra. Con un coste inicialmente presupuestado en 1995  de 1.700 millones de euros más 140 millones de euros en experimentos, en la revisión de 2001, dichas partidas fueron ampliadas en 300 y 30 millones de euros, respectivamente. Actualmente, el presupuesto anual del acelerador de partículas es de 765 millones de euros (http://es.wikipedia.org/wiki/Gran_colisionador_de_hadrones). Inaugurado en 2008, en un artículo reciente (http://vozpopuli.com/next/39097-descenso-al-otro-lhc-lo-que-los-fisicos-no-esperaban-encontrar), uno de los investigadores se lamentaba de que, hasta la fecha, todas las mediciones encajaban con el modelo físico estándar. Es decir, de momento la inversión realizada no había servido para tener acceso a nuevos avances científicos.

Por ello, frente a las grandes inversiones (que son las que más suelen atraer a los responsables políticos) hay que incidir en potenciar las disciplinas técnicas y científicas en el sistema educativo y crear un Sistema de Investigación, Desarrollo e Innovación (la llamada I+D+i) bien integrado, donde fluyan con agilidad las relaciones entre la Universidad, los grupos de investigación y las empresas.

En definitiva, frente al hecho constatado del menor ritmo de introducción de innovaciones tecnológicas en el sistema económico, hay que evitar la estrategia fácil de inflar artificialmente determinados sectores o actividades para crear un espejismo de expansión en el PIB e incidir en medidas que impacten en los focos verdaderos del crecimiento y el progreso tecnológico.



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