Desde el punto de vista académico, el keynesianismo fue la escuela económica imperante desde la finalización de la II Guerra Mundial hasta los años 70. Desde su irrupción, el resto de escuelas que estaban en contra de la intervención de los gobiernos en el funcionamiento de la economía intentaron refutar sus argumentos y demostrar que los de las escuelas Clásica y Neoclásica seguían estando vigentes. Como vimos en la anterior entrada, ya hubo seguidores de la Escuela Neoclásica que consideraron que los principios de esta seguían siendo válidos y que el keynesianismo sólo era aplicable en el sentido de que servía para acelerar los mecanismos ya existentes en una economía de mercado. Los representantes de la Escuela Monetarista, de la Escuela Austríaca, la Escuela de la Economía de la Oferta y de la Escuela de la Public Choice no consideraron que, ni en el supuesto trazado por la llamada Síntesis Neoclásica, estuviera justificado que el gobierno incurriera en déficit público o en medidas intervencionistas sobre el sector privado con el fin de restablecer el pleno empleo ya que todos ellos coincidían en que ambas decisiones serían, en cualquier caso, medidas negativas y contraproducentes. Por supuesto, cada escuela tendría sus propios y acusados matices sobre dicha aseveración.
F.- LA ESCUELA MONETARISTA.- En términos generales, el monetarismo
parte del reconocimiento de las mismas rigideces descritas por el keynesianismo
y que impedirían un ajuste rápido para la recuperación del pleno empleo. Pero
para esta escuela, tanto la política fiscal como la monetaria serían ineficaces
para acelerar dicho proceso.
Para el monetarismo, el nivel de
producción en términos reales viene marcado por las circunstancias de los
mercados (interacción entre oferta y demanda) de forma que el incurrir en
déficit público sólo serviría para generar el llamado efecto desplazamiento, es
decir, el aumento de peso del sector público en la economía en detrimento del
sector privado. Adicionalmente, aunque el déficit público pudiera generar, con
carácter momentáneo, un aumento de la actividad, el proceso de aprobación de
las políticas fiscal y presupuestaria conlleva, irremediablemente, un aumento
de la inestabilidad del ciclo económico. Ello es así porque entre el momento
del surgimiento de la crisis y la aprobación de las medidas presuntamente
correctoras existirían una serie de desfases que hacen ineficaces los planes
puestos en marcha:
1.- El primer desfase es el que
tiene lugar desde la aparición de la crisis hasta la recopilación de los datos
que sirven para constatar tal circunstancia. Por ejemplo, en España las
variaciones del PIB se miden con carácter trimestral. Una recesión que
empezaría en enero, por tanto, no sería detectada hasta abril. Cuando se
comprueba tal circunstancia, habría que esperar al siguiente dato (en el mes de
julio) para confirmar que es una tendencia firme y no sólo un mal dato parcial.
Por tanto, cuando se confirma la existencia de una recesión, habrían pasado 6
meses desde su inicio.
2.- El segundo desfase provendría
del tiempo que transcurre entre la confirmación de la existencia de una
recesión y el diseño de las presuntas medidas correctoras. Si un gobierno
decide tomar decisiones respecto a una crisis, hay un proceso interno de
emisión de propuestas por parte de los técnicos, de negociación entre los
departamentos implicados y de elaboración de la propuesta final que también
puede implicar varios meses de espera.
3.- El tercer desfase deriva del
intervalo de tiempo que pasa entre el diseño de las medidas y su aprobación por
parte del órgano que corresponda. El caso típico es que las medidas
presupuestarias y fiscales tengan que contar con la aprobación del Parlamento.
Ello conlleva también un trámite más o menos largo en el cual, además, el
contenido de la propuesta inicial puede ser ampliamente modificado.
4.- Finalmente, se halla el
desfase producido por el tiempo que pasa entre la aprobación de las medidas y
el momento en que las mismas surten efecto.
Cabe la posibilidad que las
medidas se demuestren eficaces cuando la recesión se haya corregido por lo que,
antes o después, es posible que lo conveniente sea revocar las mismas. Todo
ello haría que la política anticíclica, en vez de ayudar a moderar las
oscilaciones económicas, lo que haría sería agravarlas. En consecuencia, el
monetarismo no cree en la utilización del déficit público como herramienta
anticíclica, lo cual estaría acorde con su desconfianza hacia el sector público
y su plena fe en el funcionamiento eficaz y eficiente del sector privado.
Para analizar la visión que esta escuela
tiene de la política monetaria, es fundamental hablar de la obra del gran
representante de esta tendencia: Milton Friedman (1912-2006).
Milton Friedman
La primera aportación clave de
Friedman para analizar el papel de la política monetaria en el funcionamiento
del sistema económico fue A Monetary
History of the United States 1867-1960 (1963), coescrita con Anna Schwartz.
En esta obra, Friedman aportó gran cantidad de material estadístico y una gran
batería de datos para intentar demostrar que las variaciones del PIB nominal
estadounidense venían dadas por las variaciones de la oferta monetaria. La
importancia de este postulado radicaba en que echaría por tierra la
argumentación de quienes defendían la intervención del gobierno de que la
economía de mercado era inherentemente inestable, que tendía a las recesiones
periódicas y que, por tanto, provocaba cíclicamente situaciones de desempleo. Friedman
venía a decir que la economía sufría bruscas oscilaciones por culpa de las
variaciones de la cantidad de dinero en circulación, la cual dependería,
esencialmente, de decisiones de las autoridades. Por lo tanto, los ciclos
económicos pronunciados derivarían de una falta de control de las variaciones
de la oferta monetaria, las cuales dependerían de acciones gubernamentales y no
de los mecanismos del mercado. Por ello, el consejo de Friedman era controlar
el crecimiento de la oferta monetaria ya que, con ello, se lograría suavizar la
profundidad de los ciclos económicos. La propuesta práctica que se derivaba de
esta obra es que, frente a establecer, con carácter anual, objetivos de
crecimiento de la política monetaria dentro de un intervalo, había que
establecer una banda de crecimiento a largo plazo, de forma que la cantidad de
dinero en circulación ni superara el límite superior ni cayera por debajo del
límite inferior. La razón de ello es que si se establecían intervalos anuales,
la tendencia sería siempre ir al límite superior de forma que la expansión
monetaria llegaría a ser siempre excesiva. En los siguientes gráficos, donde M
es la oferta monetaria, se puede ver la diferencia entre una y otra estrategia:
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Crecimiento de la oferta monetaria según intervalos anuales
Crecimiento de la oferta monetaria según intervalos anuales
Crecimiento de la oferta monetaria según banda a largo plazo
Otra de las conclusiones obtenida
de los datos analizados (que guarda, además, una estrecha relación con lo
comentado con anterioridad sobre la política fiscal) era la existencia de
retardos largos y variables entre la implantación de medidas monetarias y su
efecto en el PIB. Es decir, pasaba un intervalo de tiempo entre la puesta en
marcha de las acciones y el momento en que se hacían visibles los efectos
buscados. Además, dicho intervalo de tiempo no podía ser determinado con
antelación, ya que dependía de las circunstancias concretas existentes en el
momento de su ejecución. Ello era una fuente de inestabilidad adicional y, tal
como ocurría con las medidas fiscales y presupuestarias, llevaba a aconsejar el
establecimiento de una regla fija de moderación en la expansión de la oferta de
dinero en circulación antes que en la instauración de un comportamiento
discrecional que manipulara la masa monetaria con el fin de alcanzar
determinados objetivos de política económica.
Evidentemente, el gran problema
de la teoría de Friedman era explicar la Depresión del 29 y de la virulencia de
sus efectos. Para este economista, la razón fundamental para la hondura de
dicha crisis fue la sucesión de quiebras bancarias que tuvieron lugar y la
inacción de la Reserva Federal ante dicho proceso. Las quiebras bancarias
condujeron a la destrucción de una gran cantidad de masa monetaria y ello se
agudizó porque, ante la desconfianza del público, este prefirió, en mucha mayor
medida que antes de la recesión, en mantener dinero en efectivo antes que
ingresarlo en un banco, de forma que ello estranguló las posibilidades de
crecimiento del crédito y, con él, de recuperación del nivel de la oferta
monetaria al que existía antes del inicio de la Depresión. Por ello, Friedman
sí defendió que, en dicha coyuntura, la Reserva Federal tuvo que haber actuado
de modo decidido suministrando liquidez a los bancos, evitando sus quiebras y
logrando que el público no perdiera su confianza en ellos. Con estas medidas,
la cantidad de dinero en circulación se hubiera podido recuperar y la crisis no
hubiera tenido la profundidad que alcanzó.
Sin embargo, el hecho que
consolidó a Friedman como referencia a partir de los años 70 fue su predicción
de que la curva de Phillips era una falacia y que, a largo plazo, no existía
una relación de intercambio entre inflación y desempleo. Si los gobiernos
querían elegir una menor tasa de desempleo a cambio de una mayor tasa de
inflación, lo único que conseguirían sería que los agentes económicos
incorporaran a sus expectativas un índice más alto de subida de precios de modo
que, a largo plazo, sería posible la coexistencia de desempleo alto con
inflación elevada, echando abajo la relación prevista por la curva de Phillips.
Lo verdaderamente sorprendente es que dicha teoría, enunciada por Friedman en
1968, en su discurso de aceptación de la presidencia de la American Economic
Association, fue refrendada por los hechos posteriores. Cuando Friedman
pronunció su discurso, los datos de inflación y desempleo en Estados Unidos y en
la mayoría de los países parecían seguir la relación marcada por la curva de
Phillips:
Sin embargo, a partir de 1973,
con la quiebra del sistema de Bretton Woods, el fin de la convertibilidad en
oro del dólar y la aparición del primer shock
petrolífero, la aparente estabilidad de los datos se desquició:
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Es decir, si, con anterioridad,
las combinaciones posibles eran mayor inflación-menor desempleo y menor
inflación-mayor desempleo, ahora convivían alta inflación y alto desempleo, lo
cual vino a denominarse “estanflación” (estancamiento + inflación). Que
Friedman lo predijera antes de que ocurriera, lo convirtió en uno de los
principales economistas de referencia en los años posteriores a la crisis de
1973.
En la medida en que una baja
inflación no tenía por qué estar asociada a un mayor nivel de desempleo, el
monetarismo fija como principal objetivo de la política económica el control de
precios con base en una política monetaria disciplinada. En la serie que
Friedman hizo para la televisión en 1980 (Free
to Chose, “Libertad de elegir”, como su libro que a continuación
comentaremos), daba una explicación visual muy sencilla. Sentado delante de una
máquina de imprimir billetes, decía al espectador: “¿Saben cuál es la solución
de nuestras problemas? Esta”. Entonces, le daba a un botón y la máquina de
imprimir se paraba.
Para el monetarismo, la solución
de los problemas económicos no se halla en las políticas fiscal o monetaria o
en la intervención pública sino en la potenciación del sector privado. Por
ello, en su obra Libertad de elegir defendía
que, a la hora de prestar determinados servicios públicos o de desarrollar
determinadas políticas de prestaciones sociales, los gobiernos concedieran el
mayor papel posible a los mecanismos del libre mercado. Así, en sanidad o educación,
propugnó el cheque escolar y el cheque sanitario: el gobierno concedería
a cada ciudadano la cantidad asignada por dichos conceptos y aquel sería libre
de elegir libremente el centro educativo al que llevar a sus hijos y el centro
sanitario al que acudir con su familia. Los centros que demostrasen más nivel y
calidad atraerían más usuarios y más recursos y los que no supiesen prestar con
eficacia sus servicios se verían obligados a reestructurarse, a mejorar su
funcionamiento o a cerrar si no llegasen a ser capaces de ello. Desde el punto
de vista de las políticas de prestaciones sociales, Friedman defendió el
establecimiento del llamado “impuesto negativo sobre la renta”. Por medio del
mismo, se reconocería a cada ciudadano un nivel mínimo de ingresos a percibir.
Si no lo alcanzara, el ciudadano percibiría del gobierno el importe fijado.
Como contrapartida a esta medida, se suprimirían todo tipo de ayudas, subsidios
y subvenciones diferentes del descrito. Para Friedman, con esta medida se conseguía
la mayor neutralidad posible en la acción de la Administración y se
racionalizaría toda la política de redistribución de la renta.
El monetarismo influyó de modo
decisivo en las políticas económicas desarrolladas en los países occidentales
desde finales de los 70, pero el influjo de otras corrientes no fue menos
relevante. Las seguiremos viendo en la próxima entrada.
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