En la anterior entrada,
explicamos cómo el paradigma liberal tuvo una larga vida que podemos decir que
comenzó con la independencia de Estados Unidos y la publicación de La Riqueza de las Naciones de Adam Smith
en 1776 y que terminó, tras el estallido de la crisis de 1929, con el inicio
del New Deal del presidente
norteamericano Franklin Delano Roosevelt en 1933.
Entre medias, tuvo que convivir
con el paradigma nacionalista (muy influido por la Escuela Historicista y por
el “principio de las industrias nacientes”) que hizo su presencia en Japón en
1868 tras la Revolución Meiji y en Alemania a partir de su unificación en 1870.
Adicionalmente, el triunfo de los
bolcheviques y el nacimiento de la Unión Soviética en 1917 supusieron un nuevo
desafío que generó problemas y tensiones añadidos en el período de
entreguerras.
El período anterior a 1914 es
conocido como la Belle Époque y es
recordada como una etapa próspera y llena de felicidad, chispeante y divertida.
Autores como Stefan Zweig (http://es.wikipedia.org/wiki/Stefan_Zweig),
basaron su obra en la melancolía por el “paraíso perdido”, asociada, en su
caso, a la desintegración del imperio austrohúngaro. Lo más llamativo es que el
hecho que sirvió de chispa al suceso letal (que fue, obviamente, la I Guerra
Mundial) ocurrió casi por casualidad. Los terroristas que planearon atentar
contra el duque Francisco Fernando de Austria y su esposa, Sofía Chotek, en su
visita a Sarajevo el 28 de junio de 1914, ya habían fracasado cuando, uno de
ellos, Gavrilo Princip vagaba por la ciudad sin saber qué hacer. De repente, el
chófer que conducía a los herederos del trono austrohúngaro equivocó el
trayecto. El general Potoirek, quien los acompañaba, dio órdenes al conductor
para que retrocediera inmediatamente.
Yendo el coche lentamente marcha atrás, Princip se encontró con que,
delante de él, tenía a los dos objetivos que su grupo se había marcado y,
simplemente, disparó a ambos. Cuatro años después, Europa estaba destrozada y
el comunismo y los nacionalismos plantaron cara a un liberalismo que se vio
arrinconado tras la Depresión del 29.
Recreación atentado contra Francisco Fernando de Austria y su esposa,
Sofía Chotek
La gran pregunta que podríamos hacernos es cómo un estado de cosas aparentemente idílico quedó hecho trizas por dos simples disparos. La posible respuesta podría ser que, en última instancia, era menos idílico de lo que después se llegó a pensar. Alternativamente, también podríamos pensar que, para unos era idílico pero para otros no. Y, finalmente, también podríamos considerar que todo fue fruto de una determinada mentalidad: aquella que hizo posible el progreso, también llevaba implícita la semilla de la destrucción. Hasta cierto punto, hubo un poco de todo ello.
Europa antes de la I Guerra Mundial
Europa después de la I Guerra Mundial
Hubo tres elementos esenciales
que acabaron provocando que el sistema anterior a 1914 volara por los aires
como consecuencia de la I Guerra Mundial y de la Depresión del 29:
1.- El primero, la ausencia de
una arquitectura institucional a nivel internacional que sirviera para
canalizar y hacer compatibles los intereses en conflicto de los diferentes
países.
2.- El segundo, la absoluta falta
de previsión sobre qué mecanismos se podían adoptar ante el acaecimiento de
crisis de origen monetario o financiero.
3.- Finalmente, la ausencia de
mecanismos de cobertura eficaces para proteger la situación de los segmentos
sociales más débiles en caso de crisis económicas agudas.
El primer elemento supuso, en
realidad, la gran contradicción existente en el paradigma liberal. Recordemos que
uno de los pilares del mismo era la apertura comercial al exterior y la defensa
de que no debían existir ni elevados aranceles ni trabas administrativas ni
burocráticas al libre intercambio de bienes entre los distintos países. El gran
problema era que, en la práctica, el intenso juego político y estratégico
llevado a cabo para ganar influencias de poder en áreas geográficas relevantes
provocó, al final, que el concepto de libre comercio quedara claramente
desvirtuado y cediera peso a una descarnada lucha por ganar capacidad de
control sobre países cuyo poderío estaba claramente por debajo del de las
grandes potencias. Este proceso acabó por provocar un complejo juego de
alianzas que llevaba implícita la posibilidad de que estallara un conflicto a
gran escala a partir de un incidente mínimo.
A la hora de enjuiciar quién tuvo
la responsabilidad principal de que el conflicto de 1914 estallase, la culpa se
le suele achacar a los imperios centrales (Alemania y Austria-Hungría) pero no
se puede negar que los mismos no hicieron más que entrar en una dinámica en la
que Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos (entre otros) también estaban. Sólo
hay que mencionar los intentos de Estados Unidos y de Gran Bretaña por extender
su influencia en América Latina, el reparto colonial de África que tuvo lugar
en la Conferencia de Berlín de 1884-1885 (http://es.wikipedia.org/wiki/Conferencia_de_Berl%C3%ADn),
donde los grandes países beneficiados fueron Gran Bretaña y Francia, y los
esfuerzos británicos en Asia que condujeron a las Guerras del Opio con China (http://es.wikipedia.org/wiki/Guerras_del_Opio)
y al control de los actuales territorios de India, Pakistán, Bangladesh,
Birmania y Maldivas (http://es.wikipedia.org/wiki/Raj_brit%C3%A1nico).
Al mismo tiempo, hay que recordar las teorías del inglés Halford Mackinder (http://es.wikipedia.org/wiki/Halford_John_Mackinder),
ideadas para conseguir el dominio de Gran Bretaña a nivel mundial (http://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_del_Heartland).
Se puede decir que Gran Bretaña,
Francia o Estados Unidos siguieron una estrategia ajustada al liberalismo de
fronteras hacia adentro pero, de fronteras hacia afuera, adoptaron una
estrategia estrictamente nacionalista. Alemania y Japón, en cambio, adoptaron
una visión nacionalista tanto de fronteras hacia adentro como de fronteras
hacia afuera. Esa situación no podía prolongarse en el tiempo y lo lógico
hubiera sido que hubiera habido un proceso de negociación entre los distintos
países (que hubiera sido, a la fuerza, complejo) y se hubiera construido un
entramado institucional que hubiese permitido canalizar los conflictos
internacionales que pudieran surgir y que hubiese servido para llegar a hacer
compatibles los diferentes intereses en liza. La mentalidad imperante no asumió
que ese hubiera sido el camino correcto y, al final, el atentado de Sarajevo
condujo a una evidente sobrerreacción que desembocó en un cataclismo de
colosales dimensiones.
Pero, aún siendo ello grave, no
quedó ahí todo. Finalizada la guerra, los intereses geoestratégicos pesaron más
que una solución razonable de los problemas de la etapa anterior. Aunque se
creó la Sociedad de Naciones (http://es.wikipedia.org/wiki/Sociedad_de_Naciones),
institución que resultó manifiestamente insuficiente, las enormes
compensaciones de guerra exigidas a Alemania (hecho ya denunciado por Keynes en
Las consecuencias económicas de la paz -
http://en.wikipedia.org/wiki/The_Economic_Consequences_of_the_Peace,
1919-) y el diseño de fronteras hasta cierto punto artificiales en Europa del
Este y Oriente Próximo tras las desmembraciones del imperio austrohúngaro y del
imperio otomano (con la creación de países como Yugoslavia y Checoslovaquia que
dejaron de existir tras el fin de la Guerra Fría) llevaron consigo
consecuencias bastante perjudiciales que se dejaron sentir en todo el período
de entreguerras. La desaparición del ancla de seguridad que suponía el patrón
oro anterior a 1914 y la ausencia de un mecanismo internacional que lo
sustituyera provocaron desórdenes monetarios como las hiperinflación vividas en
Alemania (que llegó a alcanzar el 1.000.000.000.000 % en 1923), en Austria (en
los años 1921-1922, con un pico del 129% de inflación mensual), en Hungría (en
1923-1924, con un máximo de alza de precios del 97,9% al mes) o Polonia (en
1923-1924, con una tasa de inflación mensual que llegó al 275%). Detrás de
estos procesos hubo una expansión incontrolada de la oferta de dinero (como
medio de financiación de los estados, muchos de ellos de reciente creación, ante
la escasez de recursos disponibles) y una desarticulación de las anteriores
estructuras productivas, mercantiles y de distribución vigentes, las cuales
dejaron de existir con el nuevo mapa que hizo su irrupción tan abruptamente.
Pero esta misma expansión monetaria, en los países triunfadores, con sus
estructuras industriales y comerciales más o menos intactas, provocó una
expansión artificial que se tradujo en una burbuja bursátil de grandes
dimensiones financiada, en gran medida, con crédito bancario. En cualquier
caso, el escenario económico internacional, con países postrados tras el fin
del conflicto bélico, relaciones económicas desestructuradas y ausencia de un
marco institucional y político estable no ofrecían las condiciones para un
crecimiento sostenido a largo plazo.
Ello se vio claramente cuando el
24 de octubre de 1929 (el famoso “jueves negro”), el índice Dow Jones de Wall
Street cayó un 9%. Fue el inicio de una espiral de pánico, agudizada el Lunes
Negro (28 de octubre) y el Martes Negro (29 de octubre) con caídas incluso
mayores (13 y 12%, respectivamente). La caída del valor de las acciones produjo
el impago de los préstamos que se habían concedido para financiar su
adquisición (ya que, como hemos dicho, el papel del crédito bancario fue clave
para que tal burbuja tuviera lugar) y ello llevó a una cadena de quiebras
bancarias que hicieron extender el efecto del crash bursátil a toda la economía.
Fue así como, ante la ausencia de
una red de protección social bien configurada, los efectos de estas crisis
fueron brutales y demoledores generando graves problemas sociales que
empujaron, entre otros factores, a un nuevo conflicto bélico, aun de mayores proporciones,
a partir de 1939.
Aunque pueda parecer que, con
esta explicación, nos hemos desviado del tema principal de esta serie, en
realidad ello no es así. Porque sólo comprendiendo este contexto es posible
entender cómo fue el paradigma keynesiano que se consolidó a partir de 1945. La
sucesión de shocks que tuvieron lugar
a partir de 1914 pareció convencer a muchos de que había que ir a la raíz de
los problemas. Por ello, aunque hay quienes critiquen con acritud la política
económica adoptada en el período 1945-1973, hay que comprender que la misma
nació como respuesta a un inmenso cataclismo que, como es lógico, había que
afrontar con decisión para que no se volviera a repetir. Aunque este nuevo
paradigma trajo consigo problemas de naturaleza muy diferente, no se puede
dejar de admitir que consiguió solucionar los problemas que pretendía resolver.
Lo veremos en la próxima entrada de la serie.
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