En nuestro recorrido por la
evolución del sector público, hemos llegado al paradigma dominante en el
momento actual que, por comodidad, vamos a llamarlo “paradigma neoliberal”, en
la medida en que se aparta del keynesianismo previo y adopta la visión liberal
como directriz de sus actuaciones. Cuando desarrollemos nuestras explicaciones,
veremos que hay contradicciones importantes en la aplicación efectiva del
paradigma pero, de momento, lo que toca es comprender las razones básicas de su
nacimiento y los éxitos iniciales que supuso su implantación.
E.- PARADIGMA NEOLIBERAL (1981-?).- Como vimos al terminar de
exponer el paradigma keynesiano, este acabó por generar un impulso a la demanda
agregada que provocó, cuando empezaron a descender los aumentos de
productividad, desequilibrios en todo el sistema económico, que se resumieron
en un alza descontrolada de la inflación. Por ello, para poner remedio a estos
problemas, los argumentos que se expusieron tenían dos vertientes distintas
pero complementarias:
- Por un lado, al amparo de las
ideas del monetarismo y de la Escuela Austríaca, se situó la estabilidad de
precios como principal objetivo de la política económica, por encima de la
lucha contra el desempleo.
- Por otro lado, al amparo
también de las ideas de la Escuela Austríaca y las de la Economía de la Oferta,
se consideró que era el excesivo intervencionismo público las causas de la
desaceleración económica y de la caída de la productividad que estaban teniendo
lugar, de modo que el menor peso del sector público conseguido a través de
reducciones de impuestos, la privatización de empresas públicas y la
desregulación de amplios sectores productivos pasaron a ser los criterios
orientadores en las políticas económicas de los países occidentales.
Dos personajes fundamentales tuvieron
un peso decisivo en el cambio de orientación de la política económica: Margaret
Thatcher, que fue Primera Ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990 y Ronald
Reagan, quien fue Presidente de los Estados Unidos entre 1981 y 1989.
Margaret Thatcher
Ronald Reagan
Sin embargo, tan importante como
quienes tuvieron éxito en sus políticas, fueron quienes fracasaron en ellas y
hay que mencionar, en este sentido, cuatro grandes fiascos que ayudaron,
indirectamente, a acabar de enterrar las políticas expansivas de demanda y la
defensa incondicional del intervencionismo público.
1.- El primero, tuvo lugar en
España. Cuando en 1973 tuvo lugar el primer shock del petróleo, el Ministro de Hacienda de la época, Antonio
Barrera de Írimo, decidió aplicar una política compensatoria (con subidas del
gasto público y de los salarios y bajadas de tipos de interés) que partió de la
consideración de que la subida de los precios del crudo era un fenómeno
meramente coyuntural y que no había que tomar medidas de mayor calado. A pesar
de que su sucesor, Rafael Cabello de Alba, sí decidió aplicar un importante
recorte del gasto público, en la certeza de que el modelo económico
desarrollado era insostenible, bajo el mandato de los dos Ministros de Hacienda
posteriores (Juan Miguel Villar Mir y Eduardo Carriles) se llevó a cabo una
política permisiva que volvía a los postulados aplicados a raíz de la crisis
del 73. Aunque el trasfondo de estas decisiones era claramente político, con la
debilidad del régimen de Franco como obstáculo para emprender una política
económica rigurosa, sus consecuencias se reflejaron en un alza exponencial del
nivel de precios. Tras las elecciones de junio de 1977, el recién nombrado
Vicepresidente de Asuntos Económicos, Enrique Fuentes Quintana, comprobó cómo
la inflación se dirigía a tasas cercanas al 50%, de modo que fue necesaria la
aprobación de los Pactos de La Moncloa para reconducir una situación tan
preocupante. La filosofía subyacente a esos Pactos fue similar a la que, con
posterioridad, se aplicaría a la hora de implantar las políticas de ajuste en
otros países.
La experiencia que hemos descrito
mostró que recetas de carácter keynesiano no eran eficaces en el nuevo
escenario económico que se empezaba a dibujar.
2.- El segundo gran fracaso fue
el de las políticas aplicadas por François Mitterand en sus tres primeros años
como Presidente de Francia, con Pierre Mauroy como Primer Ministro y Jacques
Delors (futuro Presidente de la Comisión Europea) como Ministro de Economía y
Finanzas. El conjunto de políticas englobadas bajo el lema de “vía francesa
hacia el socialismo” incluía nacionalizaciones de empresas, la implantación de
un impuesto sobre las grandes fortunas, aumentos significativos del salario
mínimo y ampliación del período de vacaciones pagadas. Tras varias
devaluaciones de la moneda, Mitterand decidió dar un volantazo en la política
económica, con Laurent Fabius como Primer Ministro y Pierre Bérégovoy como
Ministro de Economía, implantando una política de ajuste basada en la
vinculación del franco francés con el marco alemán. Curiosamente, Delors,
siendo Presidente de la Comisión Europea, impulsó la firma del Tratado de
Maastricht, cuya filosofía fue la contraria a la que él siguió cuando fue
Ministro de Economía en Francia.
François Mitterand
Jacques Delors
3.- Otra experiencia fallida fue
la Presidencia de Alan García en Perú entre 1985 y 1990. García también
emprendió una política expansiva de la demanda con un importante incremento del
gasto público, decidiendo, además, en 1987, la nacionalización de la banca. El
aumento del déficit exterior y la devaluación de la moneda nacional (el inti)
sólo fueron el preludio de un proceso de hiperinflación que llevó al índice de
precios a subir un 1.722,3% en 1988 y un 2.775% en 1989. En las elecciones
presidenciales de 1990, la formación política de Alan García, el APRA, no pudo
ni pasar a la segunda vuelta ante el descontento de la población por la
situación económica.
Alan García
4.- Pero, sin duda alguna, la
experiencia que acabó con cualquier posibilidad de configurar una alternativa
al paradigma neoliberal en la década de los 90 fue el colapso de la burbuja
inmobiliaria japonesa a partir de 1992. La política económica de Japón, a
finales de los 80 y principios de los 90, se configuraba como un modelo
diferente al que se había convertido en imperante en los países occidentales y
parecía ser prometedor y viable.
De hecho, John Kenneth Galbraith,
en Historia de la economía, en su
edición de 1992, comentaba que “el mundo industrial – y Estados UnIdos en grado
no menor que otros países- tiene una creciente preocupación por las ideas
económicas, y especialmente la forma en que Japón las pone en práctica,
haciendo de este país y de su vida económica una importante materia de estudio“.
Afirmaba el famoso economista norteamericano que “en Japón, el Estado es
efectivamente, como Marx lo había afirmado en otro contexto, el comité
ejecutivo de la clase capitalista. Esto se considera allí normal y natural. Lo
cual da lugar a una cooperación plenamente aceptada entre el mundo de los
negocios y el gobierno en materia, por ejemplo, de inversiones públicas,
planificación y apoyo a las innovaciones técnicas, cosa inconcebible, cuando no
llega a considerarse subversiva, en la tradición estadounidense y británica. Se
recibirán al respecto otras lecciones más, y ellos seguirán viniendo del Japón.
Las actitudes económicas japonesas implican una visión clara de las inversiones
en capital humano, es decir, en la educación entendida en sentido amplio. De
ahí proviene la elevada competencia de la fuerza de trabajo japonesa, y ello
explica sus vastas disponibilidades de talentos para la ingeniería y la
administración”.
Sin embargo, todas estas
expectativas se truncaron a principios de los 90. Desde entonces, la economía
japonesa ha tenido enormes problemas para superar la tasa de crecimiento del 2%
y ha mantenido una atonía que sucesivos impulsos fiscales y monetarios no han
podido mitigar:
Fuente: EUROSTAT
De hecho, las dificultades del
sistema económico nipón proceden de los límites que conlleva una dirección fuertemente
centralizada de los asuntos estratégicos y empresariales como la que tenía
lugar en este país a través del MITI (Ministerio de Comercio e Industria), lo
cual llevó a gastos colosales en proyectos que, al final, no tuvieron éxito
como el de la Televisión Interactiva de Alta Definición. Adicionalmente, la
rigidez y burocratización dominantes tampoco se convirtieron en factores de
motivación para la fuerza laboral.
Es decir, a la vez que el
paradigma neoliberal se iba imponiendo, las posibles alternativas colapsaban
sin que en ninguna de ellas se vislumbrara una salida con futuro. En la próxima
entrada, veremos qué razones hubo para que este paradigma triunfara y,
posteriormente, veremos cómo el contexto hacía complicado el éxito de modelos
diferentes.
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