SECTOR PÚBLICO: TEORÍA Y PRÁCTICA (XIV)







Las nociones de qué es el paradigma neoliberal son fáciles de comprender porque son las que han impregnado, en gran medida, las políticas económicas de los países occidentales en las últimas tres décadas.

Así, desde el punto de vista de la asignación de recursos y el desarrollo económico, prima la confianza en el libre mercado como el mecanismo más eficiente para dirigir la producción de bienes y servicios de forma que las tendencias dominantes son la desregulación, la privatización de empresas públicas, la limitación de la progresividad de los impuestos sobre la renta y, en general, los intentos de reducir de forma permanente la presión fiscal (en el caso del paradigma keynesiano, la disminución de la presión fiscal tenía un carácter marcadamente coyuntural, con la finalidad de superar posibles situaciones de recesión económica). En general, se ha intentado frenar el peso del sector público en la economía, optando por fórmulas de promoción del sector privado en áreas como la educación y la sanidad. 

En relación a las políticas de estabilización, se desconfía de la utilización del déficit público como arma para luchar contra el desempleo, poniendo todo el énfasis en el manejo de la política monetaria, siendo prioritario el objetivo de moderación del nivel de precios y control de la inflación.

Finalmente, las políticas de redistribución de la renta son puestas en entredicho, en consonancia con la confianza en el libre mercado como medio para determinar precios, salarios y nivel de beneficios empresariales.



Hay dos elementos fundamentales que impulsaron este conjunto de medidas y que no han sido suficientemente valorados.

El primero de ellos fue la ruptura del sistema de tipos de cambio fijos establecido por el acuerdo de Bretton Woods. Vimos con anterioridad, cuando hablamos del paradigma keynesiano, que, de acuerdo con el modelo Mundell-Fleming, los tipos de cambio fijos hacían plenamente eficaz los impulsos de la política fiscal y absolutamente ineficaces los esfuerzos de la política monetaria. En un sistema de tipos de cambio variables, la situación es completamente la inversa, ya que la política fiscal no acabaría siendo útil para expandir la economía y sería la política monetaria la que puede acaparar todo el protagonismo (lo que ha sucedido en las economías occidentales desde 1972 vendría a corroborar esta hipótesis).

Recordemos que el modelo Mundell-Fleming partía del modelo IS-LM y se añadía el nivel del tipo de interés (i*) que garantiza el equilibrio en el sector exterior:

En caso de expansión monetaria, la curva LM se desplazaría hacia la derecha, aumentando el nivel de producción desde Y0 a Y1 y reduciéndose el tipo de interés de i0 a i1.





Cuando el tipo de interés cae por debajo del nivel de equilibrio, el sector exterior se encuentra en situación de desequilibrio, saliendo capitales como consecuencia de que la rentabilidad que ofrecen los activos financieros del país es menos atractiva. Al salir capitales, el tipo de cambio se deprecia, haciendo más interesantes las exportaciones del país y reduciendo la tendencia de importar bienes y servicios del exterior. En consecuencia, la demanda interior aumenta, desplazando la curva IS a la derecha y aumentando la producción hasta el nivel que hemos denominado Y2.






Se observa fácilmente que la expansión monetaria ha sido plenamente eficaz, en la medida en que ha provocado el aumento de la producción de Y0 a Y1 en primer lugar y, con posterioridad, hasta Y2.





Sin embargo, la política fiscal no es tan útil con un sistema de tipos de cambio variables. Ante una política fiscal expansiva, la curva IS se desplaza hacia la derecha, hasta IS’, subiendo la producción de Y0 a Y1 y los tipos de interés de i0 a i1.





Como i1 está por encima de i0, la rentabilidad de los activos financieros del país es superior a los del resto de economías, por lo que empiezan a entrar capitales desde el exterior. En consecuencia, el tipo de cambio se revaloriza, haciendo menos atractivas las exportaciones y estimulando las importaciones. Ello provoca una disminución de la demanda interior, de forma que la curva IS regresa hasta su posición original y volviendo el nivel de producción a Yo. De ello se deduce que las expansiones fiscales son ineficaces en un sistema de tipos de cambio variables.





Buena parte de los fracasos de los que hablamos en la entrada anterior (la política permisiva en España en el período 1973-1977, los dos primeros años de gobierno de François Mitterand y la primera experiencia como presidente de Alan García) vinieron, precisamente, de la mano del desequilibrio del sector exterior, por lo que parece que la evidencia corrobora lo que el modelo teórico predice.

Pero hubo un segundo elemento que también influyó en la consolidación del paradigma neoliberal y está relacionado con el hecho de que las economías occidentales se convirtieran en economías donde predominaba el sector servicios y los procesos industriales se fueran externalizando hacia países menos desarrollados. Este fenómeno provocó una creciente debilidad de los movimientos sindicales (como afirmara John Kenneth Galbraith en El dinero “un número significativo de sindicatos comenzó a preocuparse por mantener a sus patronos con vida. No se hace esta observación a menudo: los sindicatos potentes necesitan, sobre todo, empresas potentes”) y que el abanico de los niveles personales de renta se abriera, aumentando las disparidades de ingresos entre los distintos segmentos sociales (siguiendo las afirmaciones de Paul Krugman en Vendiendo prosperidad “el crecimiento de la desigualdad” en Estados Unidos “se ha debido, en su mayor parte, a las variaciones de la renta antes de impuestos, no a la política de impuestos regresivos”, es decir, que hay fuerzas del sistema económico que operan a favor de esta tendencia, con independencia de la política fiscal aplicada, y que son las contrarias a las que existían en los años posteriores a la II Guerra Mundial). La externalización de los procesos industriales hacia países con costes inferiores ayudó a controlar la inflación en los países desarrollados y ha permitido que la continua expansión monetaria no acabara en alzas de precios descontroladas pero todo ello ha acabado teniendo consecuencias que veremos con posterioridad.

El fin último de este esquema de política económica era estimular los incentivos al ahorro, la inversión y el trabajo, de forma que se pudiera superar la situación de estancamiento de la productividad que se había empezado a generar en la década de los 60. El gran problema que ha existido a lo largo de todos estos años es que ni el ahorro ni la productividad han crecido al calor de las medidas impulsadas que, además, han arrastrado importantes contradicciones que han acabado causando la crisis en la que, en mayor o menor grado, aún estamos sumidos. A ello dedicaremos la próxima entrada del blog.

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