Las nociones de qué es el
paradigma neoliberal son fáciles de comprender porque son las que han
impregnado, en gran medida, las políticas económicas de los países occidentales
en las últimas tres décadas.
Así, desde el punto de vista de
la asignación de recursos y el desarrollo económico, prima la confianza en el
libre mercado como el mecanismo más eficiente para dirigir la producción de
bienes y servicios de forma que las tendencias dominantes son la desregulación,
la privatización de empresas públicas, la limitación de la progresividad de los
impuestos sobre la renta y, en general, los intentos de reducir de forma
permanente la presión fiscal (en el caso del paradigma keynesiano, la
disminución de la presión fiscal tenía un carácter marcadamente coyuntural, con
la finalidad de superar posibles situaciones de recesión económica). En
general, se ha intentado frenar el peso del sector público en la economía,
optando por fórmulas de promoción del sector privado en áreas como la educación
y la sanidad.
En relación a las políticas de
estabilización, se desconfía de la utilización del déficit público como arma
para luchar contra el desempleo, poniendo todo el énfasis en el manejo de la
política monetaria, siendo prioritario el objetivo de moderación del nivel de
precios y control de la inflación.
Finalmente, las políticas de
redistribución de la renta son puestas en entredicho, en consonancia con la
confianza en el libre mercado como medio para determinar precios, salarios y
nivel de beneficios empresariales.
Hay dos elementos fundamentales
que impulsaron este conjunto de medidas y que no han sido suficientemente
valorados.
El primero de ellos fue la
ruptura del sistema de tipos de cambio fijos establecido por el acuerdo de
Bretton Woods. Vimos con anterioridad, cuando hablamos del paradigma
keynesiano, que, de acuerdo con el modelo Mundell-Fleming, los tipos de cambio
fijos hacían plenamente eficaz los impulsos de la política fiscal y
absolutamente ineficaces los esfuerzos de la política monetaria. En un sistema
de tipos de cambio variables, la situación es completamente la inversa, ya que
la política fiscal no acabaría siendo útil para expandir la economía y sería la
política monetaria la que puede acaparar todo el protagonismo (lo que ha
sucedido en las economías occidentales desde 1972 vendría a corroborar esta
hipótesis).
Recordemos que el modelo
Mundell-Fleming partía del modelo IS-LM y se añadía el nivel del tipo de
interés (i*) que garantiza el equilibrio en el sector exterior:
En caso de expansión monetaria,
la curva LM se desplazaría hacia la derecha, aumentando el nivel de producción
desde Y0 a Y1 y reduciéndose el tipo de interés de i0 a i1.
Cuando el tipo de interés cae por
debajo del nivel de equilibrio, el sector exterior se encuentra en situación de
desequilibrio, saliendo capitales como consecuencia de que la rentabilidad que
ofrecen los activos financieros del país es menos atractiva. Al salir
capitales, el tipo de cambio se deprecia, haciendo más interesantes las
exportaciones del país y reduciendo la tendencia de importar bienes y servicios
del exterior. En consecuencia, la demanda interior aumenta, desplazando la
curva IS a la derecha y aumentando la producción hasta el nivel que hemos
denominado Y2.
Se observa fácilmente que la
expansión monetaria ha sido plenamente eficaz, en la medida en que ha provocado
el aumento de la producción de Y0 a Y1 en primer lugar y, con posterioridad,
hasta Y2.
Sin embargo, la política fiscal
no es tan útil con un sistema de tipos de cambio variables. Ante una política
fiscal expansiva, la curva IS se desplaza hacia la derecha, hasta IS’, subiendo
la producción de Y0 a Y1 y los tipos de interés de i0 a i1.
Como i1 está por encima de i0, la
rentabilidad de los activos financieros del país es superior a los del resto de
economías, por lo que empiezan a entrar capitales desde el exterior. En
consecuencia, el tipo de cambio se revaloriza, haciendo menos atractivas las
exportaciones y estimulando las importaciones. Ello provoca una disminución de
la demanda interior, de forma que la curva IS regresa hasta su posición
original y volviendo el nivel de producción a Yo. De ello se deduce que las
expansiones fiscales son ineficaces en un sistema de tipos de cambio variables.
Buena parte de los fracasos de
los que hablamos en la entrada anterior (la política permisiva en España en el
período 1973-1977, los dos primeros años de gobierno de François Mitterand y la
primera experiencia como presidente de Alan García) vinieron, precisamente, de
la mano del desequilibrio del sector exterior, por lo que parece que la
evidencia corrobora lo que el modelo teórico predice.
Pero hubo un segundo elemento que
también influyó en la consolidación del paradigma neoliberal y está relacionado
con el hecho de que las economías occidentales se convirtieran en economías
donde predominaba el sector servicios y los procesos industriales se fueran
externalizando hacia países menos desarrollados. Este fenómeno provocó una
creciente debilidad de los movimientos sindicales (como afirmara John Kenneth
Galbraith en El dinero “un número
significativo de sindicatos comenzó a preocuparse por mantener a sus patronos
con vida. No se hace esta observación a menudo: los sindicatos potentes
necesitan, sobre todo, empresas potentes”) y que el abanico de los niveles
personales de renta se abriera, aumentando las disparidades de ingresos entre
los distintos segmentos sociales (siguiendo las afirmaciones de Paul Krugman en
Vendiendo prosperidad “el crecimiento
de la desigualdad” en Estados Unidos “se ha debido, en su mayor parte, a las
variaciones de la renta antes de impuestos, no a la política de impuestos
regresivos”, es decir, que hay fuerzas del sistema económico que operan a favor
de esta tendencia, con independencia de la política fiscal aplicada, y que son
las contrarias a las que existían en los años posteriores a la II Guerra
Mundial). La externalización de los procesos industriales hacia países con
costes inferiores ayudó a controlar la inflación en los países desarrollados y
ha permitido que la continua expansión monetaria no acabara en alzas de precios
descontroladas pero todo ello ha acabado teniendo consecuencias que veremos con
posterioridad.
El fin último de este esquema de
política económica era estimular los incentivos al ahorro, la inversión y el
trabajo, de forma que se pudiera superar la situación de estancamiento de la
productividad que se había empezado a generar en la década de los 60. El gran
problema que ha existido a lo largo de todos estos años es que ni el ahorro ni
la productividad han crecido al calor de las medidas impulsadas que, además,
han arrastrado importantes contradicciones que han acabado causando la crisis
en la que, en mayor o menor grado, aún estamos sumidos. A ello dedicaremos la
próxima entrada del blog.
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