SECTOR PÚBLICO: TEORÍA Y PRÁCTICA (XVII)







Cuando en 1898 España perdió la guerra contra Estados Unidos y se produjo la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, una ola de pesimismo invadió el país y se adquirió la dramática conciencia de que un proceso de intensa decadencia había apartado a España del núcleo de potencias centrales de la época. Sin embargo, esta derrota no hizo más que acentuar una sensación que había empezado a propagarse años anteriores en ambientes políticos, económicos y académicos.

Actualmente, los datos parecen apuntar que la distancia entre España y los países más avanzados se habían recortado en el último cuarto del siglo XIX, gracias a la estabilidad institucional proporcionada por la Restauración y la industrialización de País Vasco y Cataluña. Si, con posterioridad, la repatriación de capitales desde las colonias perdidas supuso un importante estímulo, sus efectos hubieran sido más beneficiosos si no se hubiera adentrado el país en la senda de política económica equivocada en que se embarcó a partir de 1891.

Como dijimos en la entrada anterior, el punto de partida de todo el proceso fue un opúsculo publicado precisamente en dicho año por Antonio Cánovas del Castillo.



B.- PARADIGMA CASTIZO (1891-1959).- De cómo he venido a ser doctrinalmente proteccionista venía a contradecir la postura tradicionalmente liberal del artífice de la Restauración y pasaba a defender la postura contraria: había que olvidarse de la generosa apertura comercial del Arancel Figuerola y pasar a defender el mercado interior de los productos extranjeros. Las burguesías vasca y catalana siempre se manifestaron en contra de dicho arancel y del librecambismo en general y Cánovas, buscando su apoyo, dio un viraje que marcó la política económica española hasta 1959.

Observemos que la actitud proclive al proteccionismo en las zonas de reciente industrialización se basaba en evitar que la competencia extranjera hiciese sombra a sus industrias recientemente desarrolladas. Sin embargo, el éxito de dicha postura llevó consigo impedir, por un lado, la expansión económica de las zonas más deprimidas, las cuales hubiesen necesitado importar con facilidad del exterior los bienes de inversión necesarios para su despegue económico y, por otro, dio carta blanca a que los grupos de presión condicionaran las decisiones de política económica del gobierno de forma que las mismas fueran siempre favorables a sus intereses, algo que puede ser definido, sin paliativos, como un ejemplo claro de lo que después sería denominado como corporativismo. Enrique Fuentes Quintana, en Problemas económicos españoles en la década de los 90, afirmó que “este peculiar intervencionismo español… es el que ha dado su origen a un sistema económico intervenido, que puede denominarse como capitalismo corporativo, acentuando con ello la presencia de los intereses económicos de los distintos grupos sociales sobre las decisiones de la política económica… El origen de este rasgo identificador del modelo castizo se encuentra en el proceso de concentración de sectores productivos que precede al llamado gobierno largo de Maura, en 1907, y en las medidas intervencionistas con las que se favorecieron sus intereses de 1907 a 1909”.

En relación al proteccionismo, a partir de la aprobación de la Ley de Bases Arancelarias de 1906 (el llamado Arancel Salvador) se puso fin a las opciones librecambistas y se impusieron las tesis proteccionistas, aunque las mismas no llegaron a instaurarse plenamente hasta con el Arancel Provisional de 1921 y, sobre todo, con el Arancel Cambó de 1922, el cual supuso, en algunos casos, una elevación de los derechos aduaneros del 100%. Posteriormente, durante la dictadura de Primo de Rivera, se produjeron elevaciones parciales del arancel en 1926, 1927 y 1928, de forma que, según un estudio de la Sociedad de Naciones, España se había convertido en uno de los países más proteccionistas del mundo.

En relación al corporativismo, el punto de partida fue la Ley de Protección de la Industria Nacional de 1907, en virtud de la cual, en lo sucesivo, en los contratos por cuenta del Estado sólo habían de admitirse artículos de producción nacional, salvo imperfección de los mismos o mucho mayor coste que los productos extranjeros. Esta ley sólo fue el inicio de toda una serie de disposiciones legislativas dirigidas al mismo objetivo de “protección integral” de la industria nacional: la Ley de fomento de las comunicaciones marítimas y de las industrias navales de 14 de julio de 2009, la ley de protección a las industrias nuevas y desarrollo de las ya existentes de 2 de marzo de 1917, la ley de ordenamiento y nacionalización de industrias de 22 de julio de 1918 y la ley de autorizaciones arancelarias de 22 de abril de 1922. Ramón Tamames, en su clásica Estructura económica de España (tomaré la cita de la 22ª edición) afirmaba que esta política “hizo posible el desarrollo de la industria y la expansión agrícola y ganadera”, aunque no podía menos que admitir que la misma tuvo sus secuelas de “prácticas monopolísticas, atraso tecnológico y raquitismo industrial”.

La conjunción de ambas tendencias llegó a su máxima expresión a partir de 1939 con la instauración de la política autárquica, la cual tenía como objetivo sustituir todas las importaciones que pudieran venir del exterior por producción nacional. Para ello, se reforzó la protección frente al exterior, elevando no sólo los aranceles sino reforzándolos con todo un sistema de contingentes (es decir, de cuotas que limitaban las entradas físicas de productos extranjeros hasta un determinado volumen previamente fijado), autorizaciones administrativas para importación de bienes del exterior y adquisición de divisas extranjeras y utilización de tipos de cambio diferenciados para determinados tipos de bienes. La gran paradoja de esta política, como explicó magistralmente Enrique Fuentes Quintana (http://www.uned.es/eco-1-historia-economica-esp/AulaVNov/Lecturas/fuentes.pdf), es que, teniendo como objetivo un saldo favorable con el sector exterior, lo único que consiguió fue llevar dicho saldo a unas cifras negativas insostenibles. Interfiriendo constantemente en las decisiones de mercado, la producción española no era competitiva, al asumir actividades para las que carecía de todo tipo de ventaja relativa frente a otros países, e impedía la importación de los bienes de inversión necesarios para generar un aparato productivo moderno. Inflación, amplio déficit comercial e imposibilidad de financiación del mismo (al estar la peseta desligada de los circuitos económicos internacionales) llevaron en 1959 a una situación de práctica ausencia de divisas en el Banco de España y a la declaración de una inminente bancarrota si no se hubiera puesto en marcha el Plan de Estabilización.

Desde el punto de vista del sector público, la gran contradicción fue que, habiendo asumido el Estado mayores funciones relacionadas con la regulación y desarrollo de las actividades económicas, siguió estando presente la misma insuficiencia fiscal al no haberse diseñado un sistema tributario equitativo que gravara de forma justa a los segmentos de renta más elevados. Por ello, las funciones que los Estados liberales sí fueron asumiendo como consecuencia del reconocimiento por parte de la Escuela Neoclásica de la existencia de fallos de mercado y de economías externas (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2014/07/sector-publico-teoria-y-practica-i.html), es decir, las referidas fundamentalmente a infraestructuras, educación y sanidad, siguieron siendo asignaturas pendientes para una administración pública que contaba con una alarmante escasez de recursos para los cometidos que pretendía desempeñar. Los déficits permanentes y la necesidad de financiar los mismos mediante el recurso al Banco de España (lo cual generaba tensiones inflacionistas adicionales vía la emisión de moneda sin ningún tipo de respaldo metálico o de control cuantitativo eficaz) fueron otro de los factores que echaron por tierra el modelo y que impuso la necesidad de encontrar un sistema más coherente para permitir que nuestro país recorriera la senda del desarrollo económico. Como vamos a ver, el camino no fue (y no es todavía) sencillo.

C.- PARADIGMA MIXTO CON ECONOMÍA SEMIABIERTA (1959-1986).- El Plan de Estabilización de 1959 (cuyas líneas maestras están explicadas en el texto del profesor Fuentes Quintana antes enlazado) marcó un punto y aparte radical en la gestión de la política económica de nuestro país. Frente al intervencionismo rampante de la anterior etapa, se pasó a apostar por la liberalización de los mercados, el equilibrio presupuestario, la financiación ortodoxa de los déficits, el control de la oferta monetaria y la apertura comercial frente al exterior. Gracias al citado Plan, la economía pudo conocer en la década de los 60 una importante expansión (la más intensa de toda nuestra historia contemporánea) que nos permitió acercarnos sin ambigüedades a la esfera de los países desarrollados. No obstante, este crecimiento también tuvo puntos débiles y contradicciones que explican muchos de nuestros problemas posteriores.

El primer elemento característico que determinó el nuevo paradigma fue el de la apertura comercial al exterior y la integración financiera del país con el sistema financiero internacional establecido a partir del Acuerdo de Bretton Woods (1944). De todos modos, esa apertura no fue completa (de ahí que hayamos hablado de “economía semiabierta”) y, de hecho, operó más desde fuera hacia nuestro país que en sentido contrario. Ello se debió, en gran medida, a la firma en 1970 del Acuerdo Preferencial entre España y la Comunidad Económica Europea (CEE), el cual supuso que esta última redujo de modo importante los aranceles aplicados a los productos provenientes de nuestro país, sin existir una obligación  paralela en relación a los productos que procedían de la CEE (dicho acuerdo favoreció la instalación de empresas industriales europeas en España que se veían beneficiadas por los menores costes de producción existentes en nuestro país y en las reducidas tasas arancelarias que significaban, posteriormente, la entrada de los productos en cualquiera de los países del Mercado Común Europeo). Este Acuerdo marcó el camino para la integración definitiva de España en la CEE, en el año 1986 (la cual puede ser considerada como la fecha de referencia para el nuevo cambio de paradigma). Por otro lado, siguieron existiendo importantes restricciones al libre movimiento de los flujos de capitales, las cuales no fueron totalmente eliminadas hasta el año 1992.

El segundo elemento que también fue característico de esta época fue la continuación del intervencionismo público en los mercados y en los distintos sectores económicos a pesar del cambio de dirección que supuso el Plan de Estabilización de 1959. Dicho intervencionismo se produjo a través de los sucesivos Planes de Desarrollo (tres en total: 1964-1967, 1968-1971 y 1972-1975). Dichos Planes, en contra de cierta mitología que los envuelve, sirvieron más para distorsionar el desarrollo económico tanto desde el punto de vista sectorial como territorial que para ayudar a un crecimiento más equilibrado del país. Suponían, en cierto modo, una continuación de la actitud intervencionista previa y, por ello, esta estrategia arrastraba la misma contradicción que ya apuntamos en relación al anterior paradigma.

Porque el tercer elemento problemático a mencionar es el de la insuficiencia recaudatoria del sistema tributario. Sin un sistema fiscal moderno, era imposible que el sector público pudiera asumir funciones que eran habituales en los estados modernos y ello planteaba disfunciones en las áreas de infraestructuras, educación, sanidad o fomento del desarrollo tecnológico, que eran cruciales para un funcionamiento eficaz y relevante del sector público. Sólo con la reforma fiscal de 1978 y la instauración del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) se sustituyó el viejo sistema de impuestos de producto o imposición cedular por un sistema de imposición personal o unitaria. Hasta dicha reforma, el sistema fiscal no conoció cambios apreciables y, en consecuencia, siguió arrastrando los defectos y carencias que hundían sus raíces en el pasado. Como ya explicamos en una entrada anterior (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2014/11/sector-publico-teoria-y-practica-xiii.html), ante la irrupción de la llamada crisis del petróleo en 1973, se intentó una política de corte keynesiano que acabó produciendo una fuerte alza de la inflación, del déficit exterior y que no ayudó a frenar la situación de estancamiento económico. Era evidente, por un lado, que el Estado no contaba con los recursos mínimos necesarios para afrontar una política de este tipo y, además, la estructura económica española era tan rígida (al contrario de lo que ocurría en otros países donde en otros momentos se aplicaron políticas expansivas de demanda: http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2014/07/sector-publico-teoria-y-practica-iv.html) que los impulsos fiscales y monetarios sólo podían desembocar en alzas incontroladas de precios. Por otra parte, aunque existía la intención de acercar la economía española a los planteamientos keynesianos imperantes en los 70, el gran problema es que este viraje se empezó a hacer demasiado tarde ya que el keynesianismo perdió buena parte de su virtualidad a partir del momento en que se quiso empezar a aplicar en nuestro país.

Esta paradójica circunstancia es la que explica buena parte de nuestros problemas actuales. Pero eso ya lo veremos en nuestra próxima entrada.

* * *

 Si quieren ver la entrada de este blog en PDF, pueden pinchar en el siguiente enlace:


Comentarios